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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Ya lo cobrarán, como es justo, incluyendo en el cobro todo lucro cesante y todo daño emergente. En suma, y sin meternos en más averiguaciones ni en honduras económicas o crematísticas, Madrid en verano se queda sin su aristocracia; se queda como acéfalo; se queda como jardín sin sus más bellas flores; se queda como haza segada: parece un barbecho de distinción y de finura.
Está dividido en pequeños y grandes cenadores, no bien aislados unos de otros por el follaje de los arbustos. Todos, o casi todos, estaban ocupados a la sazón. El conde se detuvo un momento, sin saber dónde meternos, cuando saliendo de uno de ellos dos personas decentes, aunque de porte achulado, le abrazaron familiarmente y nos hicieron entrar. Había seis u ocho hombres y tres mujeres.
Lo natural es que el tal infierno nos asuste y que para no tenerle nosotros procuremos creer cuanto hay que creer, sin meternos en averiguaciones ni en honduras.
«Pero, Nina de mi alma, ¿has pensado bien en la carga que nos hemos echado encima?... Tú que no puedes, llévame a cuestas, como dijo el otro. ¿Te parece que estamos nosotras para meternos a protectoras de nadie?... Pero acaba de contarme: ¿fue D. Romualdo bendito quien...? Sí, señora, Rumaldo... respondió la anciana, que en su aturdimiento no se había preparado para el embuste.
Los dos son aficionados; les gusta jugar con juego, vamos a verlos correr: son cojos... hijos de rengo. 656 aunque el gajo se parece al árbol de donde sale, solía decirlo mi madre, y en su razón estoy fijo: "Jamás puede hablar el hijo con la autoridad del padre". 657 Recordarán que quedamos sin tener donde abrigarnos, ni ramada ande ganarnos, ni rincón ande meternos, ni camisa que ponernos.
Y esto sin meternos á vaticinar ni á recelar que en Cuba pudiera haber presidentes, como los ha habido en otros puntos de América, que han tenido para estrujar al pueblo y sacarle el jugo tanta pujanza como la prensa hidráulica más poderosa.
Cuando ya bajaba el camino, se veía la playa de las Animas, entre la punta del Faro y otro promontorio lejano. Sobre el arenal de la playa se levantaban dunas tapizadas de verde, y las casitas esparcidas de la barriada de Izarte, echando humo. Ya cerca de la punta del Faro abandonábamos el camino para meternos entre las rocas. Había por allí agujeros como chimeneas, que acababan en el mar.
Declaró el preopinante que era la pura verdad todo cuanto yo había dicho; añadió en respuesta a una pregunta que alguien le hizo, que el hombre del chirlo en la cara había vivido en el lugar con el nombre, indudablemente supuesto, de Pedro González que constaba en su cédula personal, y que con ése se le había registrado, ya muerto, en el libro correspondiente; alegréme yo de ello, y de seguro se alegraría Facia, que lo oía, mucho más... y se acabó aquella conversación sin meternos en otra nueva, porque se había acabado también la comida, apremiaba el tiempo y tenían mucho que andar los comensales forasteros para volver a sus hogares los unos, y los otros para terminar su jornada.
Y es bastante, ¡canástoles! dijo Bermúdez revolviéndose en su banqueta , y hasta sobrado para meternos en ganas de conocer de cerca a ese mozo tan simpático y tan... Hombre, se me ocurre una idea: súbanse mañana los dos a comer con nosotros en Peleches... Ello había de ser; conque anticipémoslo, y de ese modo quitará el pobre Leto el escalofrío, como los bañistas perezosos, de un chapuzón... ¡ja, ja!... ¿No es verdad, Nieves?
En la punta del Izarra debió de haber en otro tiempo una batería; aun se notaba el suelo empedrado con losas del baluarte y el emplazamiento de los cañones. Cerca existía una cueva llena de maleza, donde solíamos meternos a huronear. Era un agujero, sin duda hecho en otro tiempo por los soldados de la batería, para guarecerse de la lluvia, y que a nosotros nos servía para jugar a los Robinsones.
Palabra del Dia
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