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Actualizado: 27 de junio de 2025
Un centro de plata, dos bandejas del mismo metal y una tetera que la señora mostraba con orgullo, habían ido a la casa empeñadas también por una amiga íntima y allí se quedaron por insolvencia. Maximiliano se había enterado de muchos pormenores concernientes a los manejos de su tía.
iv Maximiliano bajó la escalera como la baja uno cuando tiene ocho años y se le ha caído el juguete de la ventana al patio. Llegó sin aliento al portal, y allí dudó si debía tomar a la derecha o a la izquierda de la calle. El corazón le dijo que fuera hacia la calle de San Marcos.
¡Oh!, lo sé, lo sé... A buena parte viene. ¿De modo que usted cree que no adelantamos nada con darle esquinazo?... Esta es la cosa. Nada, señor, pero nada declaró ella, disgustada ya del papel de Dama de las Camelias, porque si el casarse con Maximiliano era una solución poco grata a su alma, la vida pública la aterraba en tales términos, que todo le parecía bien antes que volver a ella.
Maximiliano no podía decir tal cosa; pero tampoco podía decir otra, porque si en el fondo de su ánimo empezaban a levantarse olas de entereza, esas olas reventaban y se descomponían antes de llegar a la orilla, o sea a los labios. Estaba tan cortado, que sintiendo dentro de sí la energía no la podía mostrar por aquella pícara emoción nerviosa que le embargaba.
Maximiliano solía contar algunos particulares de la familia de Rubín, por lo cual tenía ella noticias de doña Lupe, de Juan Pablo y del cura. Con los detalles que el joven iba dando de sus parientes, ya Fortunata les conocía como si les hubiera tratado.
Y salió al recibimiento, acompañado de doña Lupe. Maximiliano les sintió cuchicheando en la puerta. Por fin se oyeron las botas chillonas del ex-alabardero bajando la escalera, y doña Lupe reapareció en el gabinete.
A mí me gustaría mucho, y a los dos nos distraería. ¿Por qué no he de hacer yo, aunque soy pobre, lo que hacen las señoras ricas, que no tienen hijos? Es muy soso un matrimonio sin chiquitín». A Maximiliano le pareció bien la idea; pero doña Lupe, aunque no la contradijo abiertamente, no pareció entusiasmarse con ella.
Maximiliano no iba nunca a las francachelas de su amigo, aunque este le convidaba siempre. Pero se informaba de la salud de Feliciana, como si fuera una señora, y Olmedo también tomaba esto en serio, diciendo: «La tengo un poquillo delicada.
Pasó Rubín a la salita, y dejando su capa, se sentó en un sillón de hule cuyos muelles asesinaban la parte del cuerpo que sobre ellos caía. Olmedo quería que su amigo jugase con él a la siete y media; pero como Maximiliano se negase a ello, empezó a hacer solitarios.
En tanto, doña Lupe hacía mil consideraciones sobre el apático desdén con que Juan Pablo recibiera la noticia de aquello. Había fruncido el ceño; después había opinado que su hermano era loco, y por fin, alzando los hombros, dijo: «¿Yo qué tengo que ver? Es mayor de edad. Allá se las haya». Lo mismo Maximiliano que su tía habían notado que Juan Pablo estaba triste.
Palabra del Dia
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