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Actualizado: 5 de junio de 2025
Tan brutal energúmeno se conmovía pensando en un conejo al que había domesticado. Ugarte y un marsellés nos fastidiaban con frecuencia, Ugarte era el eterno descontento; la mala alimentación, la humedad, el frío, todas las molestias naturales en una cárcel de aquel género, le tenían fuera de sí, y sus protestas no le servían mas que para estar encadenado y en el calabozo.
Old Sam era un desertor de la marina inglesa, hombre inteligente y práctico. Tenía unos cincuenta años. Vestía marsellés y una gorra de pelo y llevaba el pito de plata, pendiente de un cordón de seda negro, enlazado en el ojal de la chaqueta. Franz Nissen, el timonel, era el que no abandonaba nunca la rueda del timón. Era un viejo ex presidiario que no hablaba con nadie ni se mezclaba en nada.
Volviose a las tribunas y con el gesto desenfadado las despreció, y crecieron tumultos y voces, sobre todo en nuestro balcón, donde varios individuos de sombrero gacho y marsellés no podían convencerse de que estaban en lugar muy distinto de la plaza de toros. Dice que nos desprecia exclamó Presentación en voz muy baja . Se ha puesto rojo como un tomate.
Sentía un desprecio sin límites hacia su compañero el profesor de francés que una hora antes que él ponía clase en la misma aula y que era de origen marsellés, marido, a la sazón, de una corsetera de la calle de la Luna, antiguo barítono de opereta bufa, que había dejado el canto por debilidad del pecho.
Tres líneas en los periódicos nada más dando cuenta de su muerte. Se decía que era un oficial... Y el marsellés pasó á hablar de las noticias de la guerra, mientras Ulises pensaba que el ejecutado no podía ser otro que Von Kramer. En la misma tarde tuvo un encuentro.
Se pensó después en una cenefa que hiciera el papel de friso en todo lo largo del salón; mas como ninguno de los artistas sabía tallar bajo-relieves, ni se conocían las maravillas del cartón-piedra, se convino en que lo mejor sería comprar un listón de papel pintado en los almacenes de un marsellés recientemente establecido en la calle de Majaderitos.
Muchos guardaban sus trajes originales, y á esta variada indumentaria se unía la diversidad de lenguas, algunas de ellas misteriosas y casi perdidas. Como atraídos por la confusión oral, los mismos franceses olvidaban su idioma, hablando el dialecto marsellés, que conserva rastros indelebles de su origen griego.
Palabra del Dia
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