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Actualizado: 14 de junio de 2025
Cánovas tiene para un rato. Es hombre que entiende la aguja de marear». Y como se suscitara un debate político de los más graves, Rubín se puso de parte de los que defendían la tesis más razonable, conciliadora y templada. «Pero ustedes, ¿qué creen, que una sociedad puede vivir siempre soñando con trastornos?
IV, traducción del Sr. No valía la pena que se dió Fernández de Navarrete de discutir si navegantes posteriores á Colón descubrieron la dicha variación de la aguja que el Almirante adjudica; á mano tenía los libros de Enciso , de Falero , los más antes citados, en que se discurrió sobre el fenómeno . Basta aquí de la cuestión y del instrumento que hacía pensar á Medina. ¿Qué primor ni sutileza hay en el mundo tan grande que se compare con la del aguja de marear?
Esperábannos ya alrededor de la mesa mi tía, mis dos primitas, que, en el vigor de la robustez y de la juventud, hubieran podido marear á un estoico con algo menos de rubor y con un poco más de coquetería, y el predicador que debía hacer el panegírico del santo aquel día. Era un franciscano exclaustrado, párroco de uno de los pueblos inmediatos, y orador de tanta fama en la comarca como pulmones.
Körner comenzó a marear a Nepomuceno persuadiéndole primero de que él, Nepomuceno, tenía un verdadero talento de contable, era un Necker... oscurecido, ocioso; con otro horizonte, brillaría como estrella de primera magnitud en el cielo de la Administración y de la Hacienda.
Pero venga V. acá, alma de Dios, ¿cómo quiere usted que un hombre que está a punto de matar a otro, suelte diez y siete décimas sin respirar! ¡Jesús qué disparate! ¡Amor platónico a una prostituta! ¡Usted se ha caído de un nido, joven!» El que entendía un poco la aguja de marear no se incomodaba, seguía adelante y al terminar depositaba el manuscrito en manos de D. Jerónimo.
Continuadas las observaciones en los otros viajes, llegó ya á comprender la realidad, aunque no de un modo absoluto todavía; la reflexión á que Navarrete se refiere sin haberla estudiado, dice literalmente: «Cuando yo navegué de España á las Indias, fallo luego en pasando cien leguas á Poniente de las Azores grandísimo mudamiento en el cielo e en las estrellas... Fallo que de septentrión en austro, pasando las dichas cien leguas, que luego en las agujas de marear que fasta entonces nordesteaban, noruestean una cuarta de viento todo entero, y esto es en allegando allí á aquella línea como quien traspone una cuesta...»
Zamorano llama ya mortero á la caja cilíndrica de madera que contiene la rosa por tener hechura de una grande escudilla; recomienda que si la aguja se inclina se ponga en la parte contraria un poco de cera ó una delgada lámina de plomo, y hecho el instrumento, llamado aguja de marear, se asiente en la popa, donde está la bitácora, en la línea que pasa desde el bauprés por el centro del mástil mayor.
Y cuando te sientas con alguna novedad en tu alma, y te encuentres de la noche a la mañana con todas esas máculas ateas bien curadas, dirás «¡milagro, milagro!» y no hay tal milagro, sino que tienes el padre alcalde, como se suele decir. En fin, no te quiero marear, que es tarde... Acuéstate prontito, y duérmete de un tirón siete horas.
La exaltación de la joven iba en aumento. Hablaba por los codos y le tuteaba rudamente. Dame un cigarro. ¡Fernandita!... ¡Un cigarro!... Se va a usted a marear. ¡Silencio! ¿Qué dices ahí, tonto? ¡Marearme! Tú no sabes ya qué inventar para fastidiarme. Dame un cigarro o te dejo ahí plantado.
Palabra del Dia
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