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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Tanasio subía al alto aposento y Celipín se acurrucaba sobre haraposas mantas, no lejos de las cestas donde desaparecía la Nela.

Esto lo haría cualquier modista mejor que yo repuso Florentina riendo pero entonces no lo haría yo, señor papá; y precisamente quiero hacerlo yo misma. Después Florentina se quedó sola, no, no se quedó sola, porque en el testero principal de la alcoba, entre la cama y el ropero, había un sofá de forma antigua, y sobre el sofá dos mantas una sobre otra.

Dijo mas, que rio arriba hay muchos indios Aucaces y Teguelches, pero que están lejos: que los Teguelches son pobres, y los Aucaces ricos, pues tienen ganado vacuno, caballar y ovejuno con abundancia: que hacen mantas, pellones y ponchos; que amazan y siembran.

Gregoria, me atormentas la cabeza, ¡por favor! Pero la señora ya se había disparado. Armó una de gritos y amenazas, que Esteven, aturdido, metió la cabeza bajo las mantas. , tápate los oídos, que me has de oír. Sulfurado, por fin, el marido la llamó vieja por tres veces, como quien tira una piedra a un perro que ladra; y esto no hizo sino aumentar la exasperación de misia Gregoria.

Sobre esto se habló mucho, y el forastero sacó a relucir otras cosas. «Yo de decir que cuando paso la frontera para acá recibo las más tristes impresiones. Habrá algo que admirar; a se me esconde, y no veo más que la grosería, los malos modos, la pobreza, hombres que parecen salvajes, liados en mantas; mujeres flacas... Lo que más me choca es lo desmedrado de la casta.

El alcaide se fué, dejando a obscuras a Martín, y vino poco después con un jergón y las mantas pedidas. Le dió Martín un duro, y el carcelero, amansado, le preguntó: ¿Qué ha hecho usted para que le traigan aquí? Nada. Venía distraído silbando por la calle. Y me ha dicho el sereno: «No se silbaMe he callado, y sin más ni más, me han traído a la cárcel. ¿Usted no se ha resistido? No.

Un día la envolvieron en gruesas mantas, y no obstante su resistencia, la llevaron a Prusia a consultar a un médico; éste se encogió de hombros, prescribió píldoras de hierro y aconsejó un cambio de aire. Debía haber aconsejado algo más, que preocupaba mucho a nuestros padres, al menos a papá, pues ya hacía mucho tiempo que nada podía sacar a mamá de su apatía.

Chicuelos semejantes al Gabriel de otros tiempos corrían jugando por las cuatro galerías o se sentaban encogidos en la parte del claustro bañada por los primeros rayos del sol. Mujeres que le recordaban a su madre sacudían sobre el jardín las mantas de las camas o barrían los rojos ladrillos inmediatos a sus viviendas.

El resto de la frase perdiose entre las mantas. Amargo fue el despertar del joven hidalgo.

Estaba en la cama, descoyuntado entre mantas y almohadones. Por verme entrar, me llenó de improperios; detúveme dudando junto a la puerta, y esto fue mi fortuna, porque con la última desvergüenza me arrojó la palmatoria, que se estrelló contra el espejo de un lavabo, a media vara de la cola de mi vestido.

Palabra del Dia

hociquea

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