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Actualizado: 14 de julio de 2025
Deseo a vuestra excelencia dijo un felicísimo viaje, y que encuentre a mi señora la duquesa y a toda su familia en la más cumplida salud; y me tomo la libertad de suplicar a vuestra excelencia se sirva poner en manos del señor ministro de Guerra esta representación relativa al fuerte que tengo la honra de mandar.
Este se retiró, diciendo medio entre dientes «¡qué criolla diabla!... cómo ha calzado»... La tardanza de Ricardo empezaba a preocupar a Melchor, que se disponía a ir o a mandar en su busca cuando al cabo de cuatro días de ausencia y en momentos en que se levantaban de almorzar, llegó a la estancia bajo un sol de fuego. ¿Cómo vienes a esta hora? fue el saludo de Melchor.
¡Por una horrible injusticia y un juego de cubiletes infame! exclamó un anciano militar que en aquel momento entraba en el café. Yo, conde de Fuentes, que soy el teniente coronel más antiguo, tenía más derecho que nadie a mandar un regimiento por mi cuna y por los servicios que presté al difunto rey Felipe V, porque me arruiné durante la guerra de sucesión.
Costear plantas de la Habana, mandar agentes a los ingenios del Brasil para estudiar los procedimientos y aparejos, destilar la melaza, todo se había realizado con ardor y suceso cuando Facundo echó sus caballadas en los cañaverales y desmontó gran parte de los nacientes ingenios.
Con esta carta el Emperador volvió á mandar á su hijo que no les ofendiese, pero que impidiese sus correrias.
Allí pasó la niñez y llegó a la adolescencia Fermín, a quien su madre había deseado hacer clérigo. «Pastor y vaquero ha de ser, como su abuelo y como su padre», gritaba el licenciado cada vez que la madre hablaba de mandar al niño a aprender latín con el cura de Matalerejo. El comercio de ganado no fue mejor que el de vino.
Impuesto de todo el Capitan comandante, con consejo de los demas, determinó mandar letra al capitan del real Presidio de Centa, D. Rafael Arias, para que le diese socorro.
Y abrió escuelas de pintura, y de bordados, y de tallar la madera; y mandó poner preso al que gastase mucho en sus vestidos, y daba fiesta donde se entraba sin pagar, a oír las historias de las batallas y los cuentos hermosos de los poetas; y a los viejecitos los saludaba siempre como si fuesen padres suyos; y cuando los tártaros bravos entraron en China y quisieron mandar en la tierra, salió montado a caballo de su palacio de porcelana blanco y azul, y hasta que no echó al último tártaro de su tierra, no se bajó de la silla.
Y eso no es muy extraño, porque todavía hoy dicen los reyes que el derecho de mandar en los pueblos les viene de Dios, que es lo que llaman «el derecho divino de los reyes», y no es más que una idea vieja de aquellos tiempos de pelea, en que los pueblos eran nuevos y no sabían vivir en paz, como viven en el cielo las estrellas, que todas tienen luz aunque son muchas, y cada una brilla aunque tenga al lado otra.
El general entornó un momento sus ojos redondos de viejo astuto y prosiguió paciente y grave: De su lindo verbo mandar...» Le queda, por lo tanto, una palabra, «té». Es un vocablo que tiene gran importancia en la vida china, más lo creo insuficiente para servir en todas las relaciones sociales.
Palabra del Dia
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