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Actualizado: 8 de junio de 2025
Considerábase capaz de las mayores violencias con aquella vieja sórdida, que le admiraba y hacía de él grandes elogios, sin que jamás se le hubiera ocurrido ayudarle con el más pequeño regalo. Maltrana hacía mucho tiempo que no pasaba de los Cuatro Caminos.
El señor de Maltrana y ella se lo habían asegurado y debía creerles... Cada uno en su casa, evitando chismes y curioseos, y al que fuese malo ya lo castigaría Dios.
Homero... ¿un cigarrito?... Homero era Maltrana. Cada mes le colgaban un nuevo apodo los muchachos de la redacción, abominando de su cultura, que «les cargaba», y afirmando que, con toda su sabiduría, era incapaz de escribir la crónica de un suceso o pergeñar un crimen interesante.
Pero el otro, sin desconcertarse, sin dejar de acariciarlo con los ojos, contestó con suave desmayo: No seas ordinario; no digas esas cosas... Llámame alma iniciada. Huyó Maltrana de tales... almas, no volviendo más a la cervecería. Cansado de tertulias estériles y acosado por la necesidad, tuvo que pensar en la conquista del pan. Nada le restaba de la herencia de su protectora.
Además, comprendió que el senador le cerraba su puerta para siempre. Después de tales murmuraciones, el mejor medio de demostrar que Maltrana no le había prestado ayuda era prescindir en absoluto de su trato. Bien se lo dio a entender al joven con la frialdad de su gesto de despedida, con la blandura de su mano y los consejos que le dio. Más discreción, joven.
Maltrana la hacía seguir adelante. Aún quedaba mucho por ver: estaban en la entrada del Rastro. Abajo, en las Américas tenía él amigos, tenía parientes: ellos les indicarían lo más ventajoso.
La protectora apreciaba la marcha de su sabiduría por la cantidad de volúmenes que le rodeaban. Su generosidad estaba pronta a todas horas para nuevas adquisiciones, y Maltrana, en plena borrachera de saber, se aprovechaba de ella largamente.
Los negocios andan mal; en verano no se encuentra trabajo; pero ya llegará la buena época, cuando la gente regrese a Madrid, y entonces pagaré todos los atrasos de una vez. Vaya usted tranquilo, señor de Maltrana. Nada le pido; que Dios no nos abandone, y todos viviremos. Isidro encontraba cada vez más dura y difícil su existencia.
Maltrana vio a un hombre salir de la carretera con dirección al ventorro. Es Coleta dijo el jefe del fielato . Domingo, el famoso trapero de las Carolinas. Llevaba a la espalda un saco vacío, pero él caminaba encorvado ya, como si presintiese su peso.
La mula casi tocaba con las orejas el techo, y parecía más enorme, disparatadamente grande, en su mezquino albergue. Maltrana pensó en los milagros de la costumbre, en la agilidad de aquel animal para deslizarse todos los días por el pasadizo lóbrego, en el que apenas cabía un hombre.
Palabra del Dia
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