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Actualizado: 26 de junio de 2025
Majestuosas montañas se levantaban no lejos de la costa, y desde los manantiales que brotaban en lo alto, por entre las rocas, descendían por la agria pendiente arroyos de agua cristalina y hasta caudalosos ríos de rápido curso. Selvas de lozana y frondosa vegetación, que en algunos puntos las hacía impenetrables, se extendían por donde quiera y venían avanzando hasta la orilla del mar.
El sol se ocultaba ya; las nieblas ascendían del profundo seno de los valles; deteníanse un momento entre los obscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebaño gigantesco; después avanzaban con rapidez hacia las cumbres; se desprendían majestuosas de las agudas copas de los abetos e iban por último a envolver la soberbia frente de las rocas, titánicos guardianes de la montaña que habían desafiado allí, durante millares de siglos, las tempestades del cielo y las agitaciones de la tierra.
Igualdad, palos de telégrafo, cabras, charcos, matorrales, tierra gris, inmensidad horizontal sobre la cual parecen haber corrido los mares poco ha; el humo de la máquina alejándose en bocanadas majestuosas hacia el horizonte; las guardesas con la bandera verde señalando el paso libre, que parece el camino de lo infinito; bandadas de aves que vuelan bajo, y las estaciones haciéndose esperar mucho, como si tuvieran algo bueno... Jacinta se durmió y Juanito también.
Poco desarrollada aún por virtud de su crudelísima infancia, por la vida sedentaria, después, del convento, en cuanto cambió de clima y de forma de vida adquirió en dos o tres años la elevada estatura y las majestuosas proporciones con que hoy la vemos. Sus partes morales dejaban bastante más que desear. Era su temperamento irascible, obstinado, desdeñoso y sombrío.
Ricardo quedó extasiado ante el espectáculo que se ofreció a su vista. Estaban frente al mar, en medio de una playa rodeada de altísimos peñascos cortados a pico. Parecía imposible salir de ella sin arrojarse a las olas, que venían majestuosas y sonoras a desplomarse sobre su dorada arena festoneándola con sábanas de espuma.
Describía el Padre elocuentemente las magnificencias de la Ciudad Eterna: sus palacios, sus templos y sus majestuosas ruinas.
Le entusiasmaban los parterres modernos en torno del edificio y entre éste y la verja lindante con el camino de Mentón, por su armonía elegante, por las reglas majestuosas á que estaban sometidos árboles y plantas. El entendía así los jardines, como todas las cosas de la existencia: mucho orden, respeto á las jerarquías, cada uno en su sitio, sin ambiciones que producen confusión.
Hasta dónde puede esto influir en el espíritu de un pueblo ocupado de estas ideas durante dos siglos, no puede decirse; pero algo debe influir, porque ya lo véis: el habitante de Córdoba tiende los ojos en torno suyo y no ve el espacio; el horizonte está a cuatro cuadras de la plaza; sale por las tardes a pasearse, y en lugar de ir y venir por una calle de álamos, espaciosa y larga como la cañada de Santiago, que ensancha el ánimo y lo vivifica, da vueltas en torno de un lago artificial de agua sin movimiento, sin vida, en cuyo centro está un cenador de formas majestuosas, pero inmóvil, estacionario.
Después se descubrió la cabeza, cuyos cabellos grises flotaron en el aire; elevó al cielo la mirada y la mano con sombrero y todo, y exclamó con voz solemne y varonil que vibraba con extraño son en el silencio imponente de aquellas alturas majestuosas: Excelsus super omnes gentes, Dominus, et super coelos... gloria ejus.
Viajero, que con anhelos de poder llorar a solas Te encaminas de las selvas a las partes resguardadas, Llora, llora con el ritmo de las cañas majestuosas Bajo pálios florecidos de vegetación malaya. Cuántas veces he cruzado los caminos empolvados Con el sol que descendió como un manto a mis espaldas, Y he buscado la frescura de sus ramas temblorosas, Cual oásis en desierto la sedienta caravana.
Palabra del Dia
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