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Actualizado: 20 de julio de 2025
En dicho templo hay un cuadro muy digno de llamar la atención, no por su mérito artístico, que es completamente nulo, sino por la fuerza terrorífica de inventiva de su autor.
En cambio, si los antiguos partidarios del clair de lune de la tienda de paños tenían que declarar la inferioridad moral relativamente al sexto mandamiento no más de aquellos tiempos, recababan para ellos el mérito de las buenas formas, del eufemismo en el lenguaje; y así, todo se decía con rodeos, con frases opacas; y al hablar de amores de ilegales consecuencias se decía: «Fulano obsequia a Fulana», v. gr.
Los zelos. De su misma dicha vino la desgracia de Zadig, pero mas aun de su mérito.
Ahora, el Mosco tenía otro perro, el segundo Puesto en ama, una verdadera alhaja, pero de menos mérito que el otro, y con él continuaba sus expediciones de «dañador», sus audacias de furtivo, saliendo de ellas en algunas ocasiones chorreando sangre, pero abriéndose paso siempre por entre los disparos de los guardas y los galopes de los vigilantes montados. ¡El plomo que aquel hombre llevaba en el cuerpo!...
No vio las almas feas tras los rostros hermosos, las almas cínicas tras los rostros severos, las almas tristes tras los rostros cómicos... Sin pensar en las almas, deleitábase ahora con los rostros hermosos, se edificaba con los severos, se divertía con los cómicos, y en todos hallaba su mérito y su interés. La alegría volvió a su corazón.
Si examinamos ahora las demás comedias de esta clase de Moreto, vemos defraudadas nuestras esperanzas, si para fomentarlas nos fiamos del mérito indisputable de la de El Justiciero.
Ana Isabel Sohönmann inspira a Goethe las lindas composiciones A Lilí y tal vez es ella quien le deja. A la Baronesa de Stein rindió Goethe un culto espiritual de amistad y de estimación, y, ya en todo el goce de su celebridad la hizo juez del mérito de sus obras e inspiradora de algunas.
Según él mismo dio a entender, era persona notable y acaudalada, hombre de gran mérito, que todo se lo debía a sí mismo, pues abandonado de sus nobles padres y desheredado por sus nobilísimos abuelos (¡miserias y bribonadas del mundo y de la ley!), había tenido que crearse una posición con su ingenio y su trabajo. Motivos diferentes halló Isidora en su nuevo amigo para sentir hacia él simpatía y antipatía, en porciones casi iguales, porque si bien aquello de ser hijo natural y abandonado, víctima del egoísmo de sus padres, le hacía sobremanera interesante, en cambio sus modales y su lenguaje eran de lo más soez y chabacano que imaginarse podría. Su figura hermosa, juvenil y hasta cierto punto elegante, que recordaba la de Joaquín Pez, perdía todas sus ventajas con lo que del alma salía a los labios de tan singular criatura, en esa florescencia del ser que se llama conversación. Por momentos Isidora le encontraba agradable, por momentos aborrecible.
Acabas de pasar una hora conmigo desde que nos hemos encontrado en la calle del Príncipe. Quiero que me digas con sinceridad si en esta hora te has aburrido... No sólo no me he aburrido, sino que he pasado uno de los ratos más felices de mi vida. ¿Lo ves? ¿Qué mérito tiene entonces lo que hemos hecho? Lejos de juzgarnos dignos de admiración, somos dignos de envidia por lo que hemos disfrutado...
Ninguno despreció su talento: ninguno dejó de estimar el mérito de sus dramas; pero ninguno tampoco le rindió aquel culto, aquella adoración que hoy le rinde lo más ilustre, instruido, inteligente y dichoso del linaje humano.
Palabra del Dia
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