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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Dieron principio los hermanos á su buena obra, redactando los estatutos de la congregación y comenzando á llevar al recién fundado instituto á los niños que encontraban, pues según el mismo alcalde Cristóbal de Losa decía en un documento que tengo á la vista: «...cada uno de los hermanos andaban por las calles de noche, y si en algún portal ó en algún rincón hallábamos algún niño desamparado del trato humano, lo llevábamos á nuestra casa por aquella noche, dándole de cenar y regalándole, y al otro día lo llevábamos á nuestra Casa para que allí se remediase con los demás...»
Los chicos se echaron como lobos sobre las provisiones que llevábamos. ¡Buen día tuvieron, los desgraciados! La madre trató de comer; pero no pudo... Lo que es esa no tiene para mucho tiempo. Pero ¿cree usted, caballero, que es el sitio de la señorita Elena la casa de una mujer así?... Ya sé, ya sé; la caridad... Pero también existen las conveniencias...
Al doblar la punta Sandoval, y cuando ya llevábamos diez horas de navegación, nos pusimos á la vista de Catanauan. Dicho pueblo lo componen 3.174 almas, de las que tributan 1.462 en 15 cabecerías. Hubo 68 defunciones, 129 bautizos y 41 casamientos. Se sortearon 207 mozos, á los que correspondieron 3 soldados.
Esto de la holgura lo llevábamos nosotros resuelto aquella noche por ministerio de la ley..... Quiero decir, que éramos dueños de un reservado de ocho asientos, que entre cuatro personas daba dos asientos para cada una, con su correspondiente rincón por cabeza y para la cabeza. A las tres de la madrugada el hambre nos despertó.
Todo estaba trocado: la brutalidad se llamaba energía; sencillez el desaliño indecente; franqueza la grosería, y virtud el no tener entrañas para la compasión. Recordaba yo las épocas de mayor tiranía, y no hallaba época alguna peor, sobre todo si se considera que estábamos en el centro de Europa y que llevábamos tantos siglos de civilización y cultura.
Mi plan era llegar a Europa, entregar el barco a los armadores y volver a España. Marchando por el Pacífico, hacia el sur, nos encontramos con un barco desmantelado que nos hizo señales y nos preguntó si llevábamos médico. Le dijimos que no, y lo único que pudimos darles fué agua y té. Al día siguiente teníamos el vómito negro en el barco.
"Cuan mejores, ¡ay! los días en que férricos guerreros Nuestros troncos con el bolo para fin marcial cortaban. Fuimos lanzas, fuimos saetas, que llevábamos la muerte A las filas del contrario, con apóstrofes de rabia."
A todo le respondió con mucha órden, y quedó satisfecho el Adelantado, aunque habiamos faltado á sus órdenes; pues expresamente nos mandó, que no pasásemos de los indios Xarayes, sino que de ellos, despues de haber estado dos dias solamente, en su provincia, volviésemos, con relacion de las provincias por donde hubiésemos pasado: lo cual no cumplimos, y por eso prendió al capitan y nos quitó lo que llevábamos.
Marchamos de mañana, y habiendo caminado á distancia de 6 leguas, poco mas ó menos, estando inmediatos á una laguna, llegó Francisco Almiron y Luis Ponce, intérpretes que llevabamos de nuestra parte, y dijeron al Comandante de parte de dicho Lincon y demas caciques, hiciesemos alto, que querian recibirnos en aquel parage.
Llevábamos un mes de navegación, esperando en la calma ecuatorial la monzón del sudeste, cuando el capitán tuvo que mandar acortar la ración de agua. Afortunadamente, en la isla de San Agustín pudimos hacer la aguada y seguir delante. El piloto aconsejó al capitán que desembarcara algunos chinos; podía volver a ocurrir el mismo conflicto con el agua.
Palabra del Dia
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