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Actualizado: 1 de junio de 2025


El Mayor General José de Jesús Monteagudo, á quien hoy, cuando no existen ya Gómez, Maceo ni García, no vacilamos en llamar el primer guerrillero del mundo, se ha hecho acreedor no sólo á la gratitud de su pueblo, sino á los plácemes sinceros de la crítica.

El Rey aparece mientras hablan el padre y la hija, atraído por los gritos de socorro de Blanca, y cierra todas las puertas, y en seguida se oye llamar al Condestable desde fuera, por haber sabido que alguien ha entrado en su casa. Todos se quedan consternados, y el Rey se esconde obedeciendo á Roberto, que se lo suplica con el mayor encarecimiento.

Pero Manuel Reina, hasta donde lo consienten la frialdad e indiferencia para la poesía de nuestro público de hoy, es ya tan conocido, estimado y celebrado, que considero poco útil y expuesto a que se me tilde de presuntuoso el llamar la atención sobre sus escritos con detenido examen y crítica razonada.

Pude revelároslo al despedirnos, pero como me dijisteis que era este el término de vuestro viaje, preferí callarme y daros una sorpresa, antes de que volváis á encerraros entre las cuatro paredes de vuestra celda. Pero ante todo, os he hecho llamar para haceros un encargo, mejor dicho, para pediros un servicio. ¿Qué deseáis? ¡Cuan poco galante sois! Pero en fin, no me extraña.

No es el elogio, sino la apoteosis la que hago de Rivadavia y su partido, que han muerto para la República Argentina como elemento político, no obstante que Rosas se obstina suspicazmente en llamar unitarios a sus actuales enemigos. El antiguo partido unitario, como el de la Gironda, sucumbió hace muchos años.

La razón que nos lleva a llamar dinero a toda riqueza, es que el dinero es una riqueza sin la que no se puede pasar. El dinero es además un valor que circula más fácilmente que todos los demás valores, y que los representa y los mide. El dinero no es toda la riqueza, sino la parte móvil, líquida y más circulante de la riqueza.

Hizo llamar al cura, se confesó, recibió el Viático y hasta se empeñó en que le pusieran la Extremaunción... Pues desde entonces, yo no lo que fue, pero es lo cierto que quedó más tranquilo y empezó a mejorar..., a mejorar..., a mejorar..., en fin, hasta ponerse como ustedes le ven ahora. Las demás mujeres confirmaron esta opinión.

Y, en efecto, cuando las sombras de la noche invadieron la plazoleta, seguro ya de no llamar la atención, el forastero se aventuró a tomar parte en el baile.

El vagaba encogido, vergonzoso, sin otro recurso que asediar a los amigos con el espectáculo de su miseria, y se oía llamar sablista inaguantable, mientras el otro era el pobre obrero, merecedor de protección. ¡Ay, aquella pobre señora que le había trasplantado!... ¡Cuánto daño le hizo sin saberlo!

Señor de Pierrepont, le compadezco con toda mi alma... pero, ¿es digno de usted, de su buen sentido, de su rectitud, llamar miserable a una mujer porque ha rehusado casarse con usted?

Palabra del Dia

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