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Actualizado: 27 de julio de 2025


Otros le seguían por interés, muchos por miedo; don Cayetano, incapaz de temer a nadie, le servía y le amaba porque, según él, era el único hombre superior de la catedral. El Obispo era un bendito, Glocester un taimado con más malicia que talento; el Magistral un sabio, un literato, un orador, un hombre de gobierno, y lo que valía más que todo, en su concepto, un hombre de mundo.

El Marqués, por su parte, encuentra natural, conveniente y ajustado en todo a las tradiciones, que un literato coma a su mesa, y sea el amigo íntimo de su mujer.

Algo, y aun mucho de esto, es verdad; pero no es toda la verdad. Para resolver un problema es necesario examinarlo en todos sus aspectos. Primeramente, la nuestra, es una nación de diez y seis millones de habitantes: por lo mismo, es absurdo pretender que el literato que vive del público, sea aquí remunerado como en Francia o Inglaterra, donde la población es más del doble.

Esto le hizo recordar que el famoso Prado era un arenal completo en el que había de todo menos verdura y poesía; que el mismo desierto de Sahara no estaba más reñido que él con la vegetación, ni presentaba un aspecto más triste y desconsolador á las tres de una tarde de verano. Por fortuna, don Silvestre era muy poco artista y mucho menos literato, y con ello se ahorró otros muchos desengaños.

Por fortuna el ideal ha desaparecido y sus representantes no tardarán en desaparecer. El literato ya no pide a la sociedad privilegios inmorales: es un hombre que debe trabajar como los demás y sacar el mejor partido posible de sus productos.

No lo he leído... ¡Como no leo esas cosas! exclama. Hable usted de teatros a don Timoteo. No voy al teatro; ¡eso está perdido!... porque quieren persuadirnos de que estaba mejor en su tiempo; nunca verá usted la cara del literato en el teatro. Nada conoce, nada lee nuevo; pero de todo juzga, de todo hace ascos.

Para el efecto, hemos obtenido la colaboracion de un joven literato, quien teniendo á la vista un ejemplar de la edicion de 1854 anotado por el mismo autor, se ha prestado gustoso á dirijir este trabajo, encargándose de su clasificacion y correccion.

En la prosa, el arte, si arte se necesitaba para manejarla bien, era llanote y campechano; las pruebas abundaban, al decir de las gentes, de que en España bastaba querer para convertirse un zapatero en literato distinguido; y esto no sería del todo exacto por lo tocante a los zapateros; pero podía serlo por lo tocante a él, que había cultivado la inteligencia, conocía bastante bien la lengua en que pensaba, y hasta sabía distinguir los libros escritos con arte de los emplantillados por zapateros.

A pesar de mi temor para hablar de esta materia, me atrevo a insinuar que entre los hombres dedicados a la vida intelectual, los mejor dispuestos para el matrimonio son los políticos. El literato, el mismo filósofo, el pintor, el músico, los artistas, en general, son peligrosos, porque su arte y su filosofía están siempre en primer término, antes que la mujer.

Palabra del Dia

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