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Tenía la cabeza enteramente descubierta y llena de greñas, el rostro encendido, el cuerpo envuelto en un andrajo que parecía el residuo de una capa, los pies metidos en dos cosas asquerosas que en otro tiempo habían sido alpargatas. Todo nos volvíamos mirar a un lado y a otro explorando la calle en busca de nuestro literato, sin lograr hallarle.

No hace muchos días que yo, que no me precio de gran literato, yo que de buena gana prescindiría de esta especie de apodo, si no fuese preciso que en sociedad tenga cada cual el suyo, y si pudiese tener otro mejor, me vi en la precisión de consultar a algunos literatos con el objeto de reunir sus diversos votos y saber qué podrían valer unos opúsculos que me habían traído para que diese yo sobre ellos mi opinión.

Cuando crezcan en todos ellos la población, la prosperidad y la cultura, bien podrá lisonjearse cualquier literato o sabio de mérito, si escribe en castellano, de que contará, naturalmente, con un público de los más numerosos y extendidos que hay sobre la superficie de la tierra.

Pero, si atendidas estas breves consideraciones, es el orgullo del talento disculpable, porque es el único modo que tiene el literato de cobrarse el premio de su afán, no por eso autoriza a nadie a ser en sociedad ridículo, y éste es el extremo por donde peca don Timoteo.

El hijo del inglés, el que debía haber sido rico, magistrado, literato, general, hombre ajeno de opiniones, acabará probablemente sus tres carreras distintas en un solo hospital verdadero, merced a las circunstancias; al mismo tiempo que otros que no nacieron para nada, y que han tenido realmente todas las opiniones posibles, anduvieron, andan y andarán siempre levantados en zancos por esas mismas circunstancias.

Y cuando descubres que son palabras, blasfemas y maldices. En tanto el pobre asturiano come, bebe y duerme, y nadie lo engaña; y si no es feliz, no es desgraciado, no es al menos hombre de mundo, ni ambicioso, ni elegante, ni literato ni enamorado. Ten lástima ahora al pobre asturiano. me mandas; pero no te mandas a ti mismo.

Hace muchos años, cuando el rey de Sajonia, que había sido partidario de D. Carlos, reconoció por reina á Isabel II, mandó á esta corte á un elegante y rico enviado extraordinario, llamado el barón Fabrice. Trajo este señor consigo á un hábil cocinero, que además era literato, y que al volver á su tierra compuso un libro de sus impresiones de viaje en España, y le tituló Puchero.

Ulises conoció como armador un sinnúmero de preocupaciones que no había sospechado antes. Se verificó en él la angustiosa transformación del artista que se convierte en empresario, del literato que se desdobla en editor, del ingeniero dedicado á la fantasía de los inventos que pasa á ser dueño de fábrica.

El literato español sabe de antemano que, escriba en una forma o en otra, sea osado o comedido, páguese del arte y la medida, o escriba cuantos desatinos le acudan a la mente, sea realista, o romántico, o clásico, el resultado ha de ser poco más o menos él mismo.

NUESTRO amigo Zarathustra, en una de sus andanzas, se casó con una joven inglesa, hija de un español que tenía una librería de viejo en un barrio apartado de Londres. Zarathustra es literato y, en consecuencia, no tiene dinero. Trajo a su mujer a Madrid, la llevó a comer a los figones de los poetas bohemios y durmieron en las clásicas posadas de la Cava Baja.