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La madre de Lita insistió mucho en quedarse a velar; pero yo no lo consentí, porque tampoco lo hubiera consentido el enfermo ni le hubiera sentado bien la mera sospecha de tratarse de ello, con lo receloso y aprensivo que se ponía a medida que las tinieblas iban invadiéndole la alcoba.

Con franqueza, Lita, ¿a cuál de esos pretendientes escogería usted?

Muy raro era que Lita no quisiera que le contaran un cuento, porque prefería los cuentos a las golosinas, a los juguetes y hasta a los libros de estampas. Por eso su mamá se los contaba todos los días, inventando a veces algunos muy bonitos. Después de quedarse un rato pensativa, dijo Lita: Mamá, quiero que me digas quién es mi madrina...

En cuanto amaneció, Lita pidió a miss Mary los útiles y la lana celeste, y se puso a tejer y tejer... Otra semana más de trabajo, y quedó concluida la colcha celeste... Otra semana más, ¡y también la colcha rosada!... ¡Ya no le restaba nada que hacer, sino guardar celosamente su obra, su tesoro!...

En casa de don Pedro Nolasco se había sabido todo, poco antes de pasar «la nube» que los había aterrado. Habían vivido en la misma angustia que yo hasta muy entrada la noche. Yo referí a Lita las dudas que había tenido en casa del Topero; y aquí fue donde mi tenacidad rayó en impertinencia.

Los padrinos de Lita habían sido sus abuelos, los padres de su mamá, y los dos murieron antes de que Lita cumpliera un año. Así es que la niña, como no llegó a conocerlos, no podía acordarse de ellos. La mamá no quería decirle que habían muerto, porque Lita era muy impresionable. Podía pensar: «Los padrinos de mis hermanitos viven, y ellos viven y se mueven.

Sin contestarle, Lita dijo, en voz baja y misteriosa: Pues oye... ¡Oye, que tengo que decirte un secreto muy grande!... Acerca la oreja... ¡Más!... ¿Sabes qué secreto? ¡Mi madrina es una hada! Creyó Lita que Ramón quedaría deslumbrado con semejante revelación, y sólo parecía perplejo... Es una hada que viene a verme todas las noches, en cuanto me duermo continuó confidencialmente.

Y era tan buena Lita que, delirando por dormir junto a su mamá, para no afligirla, nunca exageró sus dolores. A veces hasta los disimulaba... Esa mañana se sentía sin embargo dispuesta a usar de toda su energía para imponer su voluntad. En cuanto se coló la luz por las rendijas de la puerta, llamó a miss Mary.

No la preguntó a usted si desea conocerla, porque, aunque no lo desee, es de gran necesidad para que la conozca, y va usted a conocerla ahora misma... Pues sírvale de gobierno que esa mujer a quien yo deseo hacer reina de este humilde palacio, y principalmente de su dueño, es usted, Lita. Dígame si no le agrada el trono con que la brindo, para pegarle fuego enseguida.

Sentada en su sillita rodante, con un libro de estampas en la mano, fijaba esos dos ojos en su mamá, que bordaba junto a ella... ¿Quieres que te cuente un cuento, Lita? preguntábale la señora, acariciándole la rubia cabellera. No, mamá. Ya todos los cuentos.