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En cuanto el joven Corneta, dando pruebas de buen gusto, se acercó a ella y le hizo el honor de dirigirle algunas palabras galantes, ¡adiós Grass! ¡adiós Godofredo también! Aquellos lindos ojos maliciosos ya no tuvieron miradas sino para Corneta; aquella fresca boca movible sólo para él formó sonrisas. Timoteo observó esto con mezcla de dolor y satisfacción.

Sobre la mesa había unos guantes, varios libros, dos retratos en bonitos marcos, uno de ellos del gordo Arnaiz, una papelera, juego de de finísima porcelana, una cajita de marfil y otros objetos muy lindos. «Aquel guante dijo Moreno , que monta sobre la papelera, parece exactamente un lebrel que corre tras la caza... ¡Qué silencio tan solemne hay ahora!

La nación y estado más culto e ilustre entre ellos fue la república de los turdetanos, quienes, según testimonio de Estrabon, tuvieron letras y leyes y lindos poemas en verso, que contaban seis mil años de antigüedad. Ahora bien, los alfabetos celtibérico y turdetano, que ha reconstruido y publica don Luis José Velázquez, son muy modernos en comparación de la fecha anteriormente citada.

Los poetas que gozaban de una posición desahogada, muy particularmente, pasaron gran parte del día mirando caer los copos al través de los cristales de su gabinete, y meditando lindos e ingeniosos símiles de esos que hacen gritar al público en el teatro «¡bravo, bravo!» u obligan a exclamar cuando se leen en un tomo de versos: «¡qué talento tiene este joven

»Esos lindos piececitos que apenas pueden llevarla, están pidiéndote un coche. Es cuestión de un mes de economía; no es, pues, cosa de oponer ningún reparo. »Cuando sientas fatigado tu cuerpo, dile que te mire; cuando sientas cansado tu espíritu, haz que te sonría. »Ya tiene granja y coche; ahora le faltan joyas.

No refiero aquí, porque estoy de prisa, y no debo ni puedo pararme en dibujos, los primores estupendos, las alhajas rarísimas, los lindos objetos de arte y los cómodos asientos y divanes que había en varias salas por donde iban pasando la dueña y nuestro héroe, que atortolado la seguía.

Poco después de hacerlo apareció Venturita con un peinador blanco que dejaba ver enteramente la garganta de alabastro y una parte de su hermoso seno virginal. Traía sueltos por la espalda los cabellos, y calzaba unos lindos pantuflos bordados. Venía a despedirse para ir a la cama.

Con cuánto regocijo trepaba yo por esas laderas, donde tan lindos vegetales se engalanaban, con sus joyeles, ó recorria los prados sin saber á que sitio dar la preferencia, pues que cada uno de ellos me ofrecia un encanto que le era particular, un tipo diferente. Confieso que nunca me habia sentido tan maravillado en presencia de las bellezas de ese suelo, cubierto por un dosel tan espléndido.

Maravilló mucho que doña Rebeca escuchase el severo sermón de su hijo sin tirarse de los pelos ni recitar siquiera un mal refrán, y que, por remate de cuentas, Carmen estrenase en paz sus lindos trajes y saliese a paseo a la Estación, después de la misa mayor del día de los Santos. La miraron aquella mañana en el pueblo como a una desconocida; parecía otra.

Pues sucede, y la conciencia social no se estremece; y la vida sigue su curso, y mi querido cofrade, el virtuoso D. Amaranto, no sintió en su alma un latigazo de rebeldía. Porque el Sr. Peláez es, ante todo, un hombre de orden. La señora de Peláez ha sido una bella mujer: tenía unos lindos ojos negros, un seno matronil y unos dientes blancos, iguales.