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Actualizado: 11 de noviembre de 2025


Las letras se pongan sobre dos personas, las que mas confianza tengais, y cada una in solidum digan que pagará tantos cruzados de oro en oro, ó tantos escudos de oro en oro, porque puesto que digan que pagarán tantos cruzados, son de moneda, que no vale cada uno mas que 336 maravedís; y él y los escudos tienen 320, y el cruzado de oro en oro vale 368 maravedís.

Cuando las letras se hallan en auge y agitan y apasionan al público y engendran disputas y encienden la cólera de los críticos, me parece punto menos que imposible que el escritor se sustraiga a la influencia nociva de tanto ruido.

¿Conque es imposible imprimir un periódico? Poco menos, señor; y si acaso se lo imprimen a usted, será caro y mal. Pondrán unas letras por otras. Eso ¡pardiez! no será imprimir mi periódico, sino otro del cajista. Pues eso, señor, sucederá; en habiendo un día de formación no tendrá usted cajistas; y si usted se enfada algún día por una errata, lo dejarán plantado, y si no se enfada también.

La hicieron en una ermita, después de elegido el obispo don Bernardo, y yo la he visto con mis pecadores ojos en el Archivo: un pergamino con letras góticas, que figura a la cabeza de los Privilegios de esta Santa Iglesia.

No quiso abrir el misterioso pliego hasta después de tomar la sopa. ¿Por qué no soñar? ¿Qué era aquello? O. F. decían dos letras enroscadas como culebras en el lema del sobre. De parte de doña Obdulia, había dicho el criado.

¡Sagunto! ¡Ay, qué nombre!, cuando se le ve escrito con las letras nuevas y acaso torcidas de una estación, parece broma. No es de todos los días ver envueltas en el humo de las locomotoras las inscripciones más retumbantes de la historia humana. Juanito, que aprovechaba las ocasiones de ser sabio sentimental, se pasmó más de lo conveniente de la aparición de aquel letrero.

Pero, qué quieres, causa siempre impresión el ver de repente escrita con todas sus letras la sentencia que hasta entonces uno no se atrevía a confesar a su propia conciencia.

Este escudo resulta que es el de Sarrió, o por lo menos, el de su apellido. Pero mejor será que digamos que es el del propio Sarrió, toda vez que la tarjeta pone en el centro, con letras doradas, su nombre y apellidos. No cabe duda; son las armas de él.

Y si sabía que los dichos clérigos eran de los reverendos, digo que más con dineros que con letras y con reverendas se ordena, hacíase entre ellos un Santo Tomás y hablaba dos horas en latín: a lo menos, que lo parecía aunque no lo era. Cuando por bien no le tomaban las bulas, buscaba cómo por mal se las tomasen, y para aquello hacía molestias al pueblo e otras veces con mañosos artificios.

Parecía que a la doña Cirila, a su marido, el de la gorra con letras, y a los amigos que les visitaban, se les había tragado la tierra. Por la noche, sintió Fortunata tristeza y desasosiego tan grandes, que no sabía lo que le pasaba. Se habría podido creer que la contrariaba el no ver a nadie de la casa próxima, el no sentir pisadas, ni ruido de puertas, ni nada.

Palabra del Dia

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