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Actualizado: 23 de junio de 2025


Como el dueño del boliche estaba ausente, Friterini, detrás del mostrador, imitaba el aire del patrón, mientras leía con arrobamiento un periódico italiano, viejo y sucio. Levantó Manos Duras sus ojos, avisado por una tos discreta, y vió en la puerta á la mestiza, que le hacía señas para que saliese.

Un estudiante de clérigo o un bachiller leía en alta voz, rodeado de un círculo de caras cetrinas, con el ceño fruncido y la boca palpitante de emoción... Uno de los venteros del Don Quijote declara como la mejor joya de su casa los viejos libros de caballerías olvidados por un caminante.

Todas las noches leía; junto a su lecho, en el Flos Sanctorum la historia del santo del día y, a veces, dejando el libro, relataba ella misma los milagros de alguna monja de la ciudad o los trabajos y prodigios de la Madre Teresa de Jesús, parienta suya por línea materna.

De su pasado conservaba cierta veneración por los escritores. Por esto era amigo de Isidro desde que le conoció en casa de su vecina la señora Eusebia. Algunas veces recordaba su época de impresor. El no leía los papeles públicos, cuando de tarde en tarde iba a Madrid; pero creía que sus tiempos habían sido mejores, y que los que ahora escribían estaban muy por debajo de los que él había conocido.

A la mañana siguiente, el periódico contenía íntegro el discurso del coronel Armando, en el que se leía que el sublime Webster, en cierta ocasión, había expresado sus pensamientos en un chino excelente pero del todo incomprensible. La rabia del coronel Armando no tuvo límites.

Parecía justificar a su compañero; pero al través de su acento y de su mímica se leía bien claro que le condenaba. Todas las miradas se volvieron hacia el acusado. El P. Gil estaba como hacía tres meses, cuando ingresó en la cárcel de Peñascosa. Con el encierro su rostro había ganado aún en blancura.

Así que cuando se ponía delante de la mesa de trabajo le costaba insuperable emborronar algunas cuartillas. Y cuando al día siguiente las leía parecíanle tan desabridas que solía dar casi siempre con ellas en el cesto de los papeles rotos.

Parecida sensación experimentaba cuando oía hablar o leía algo de grandes desfalcos, de tesoreros que huían con una caja y cosas por el estilo. Volvió Emma al cuarto de hora, en efecto, y sus comensales dijeron a un tiempo: ¡Qué es esto! Y ambos se pusieron en pie, estupefactos, porque el caso no era para menos.

La casa del guarda estaba abierta; no había nadie en ella; pero después de buscar algún tiempo vieron a Catalina, ocupada en arrancar las malas hierbas en el jardín. Así que la campesina vió a la joven y a su aya, se incorporó y fué a recibirlas. Una ardiente curiosidad se leía en sus ojos, y, mientras se iba acercando, interrogaba al aya con la mirada.

Yo no me parecía apenas nada a mi padre, y nuestras sombras , muchísimo: este bigote, este movimiento de la boca, esta línea de la frente... y esta manera de levantar el pecho al dar este suspiro..., todo ello es como lo vi mil veces, en el lecho de mi padre, de noche también, mientras él leía o meditaba, y acurrucado junto a él yo soñaba despierto, contento, con voluptuosidad infantil, de aquella protección que tenía a mi lado, que me cobijaba con alas de amor, amparo que yo creía de valor absoluto. ¡Padre del alma! ¡Cuánto me habrás queridose gritó por dentro....

Palabra del Dia

rigoleto

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