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Actualizado: 20 de junio de 2025


Oyóle con calma el Rey y preguntóle si había reflexionado maduramente; hízole mil ofertas para que no le dejase, y prometió pagarle el sueldo en secreto si juzgaba que argüía infamia el público socorro.

Y esto no porque fuese vano y se figurase que todo le era debido, sino porque no juzgaba nada más natural que aquella buena correspondencia. Era el Padre hombre de muchísimo mundo y de poquísimo mundo, según esto se entendiese. Conocía el corazón en general, y en cuanto está más cerca de la naturaleza.

Dos ideas ocupaban su imaginación: la primera mandar que buscasen y avisasen a la célebre Mónica para que estuviese dispuesta a volver a su servicio si la cocinera provisional no cumplía bien su sagrada obligación; y la segunda, no permanecer ocioso en materia de amores, para evitar lo cual, entre cada dos bocanadas de humo, dirigía unas cuantas miradas a la casa de enfrente, donde vivía una viuda de peregrina belleza, pero de tan fresca y reciente viudez, que don Juan no juzgaba cuerdo empezar todavía su conquista.

Por otra parte, y mientras en Villalegre permaneciese, juzgaba él que sería ya inútil para todo y que no valdría ni para secretario de Ayuntamiento, ni para consejero de don Andrés, ni para colaborador del escribano, ni para pasante de los abogados Peperris.

Hasta el día en que nació este sentimiento en el misterio de su alma, nunca había mostrado preferencia por ninguno de los clérigos que servían la parroquia; antes bien juzgaba con severidad las de sus compañeras, que eran motivo de rivalidades y discordias entre partidarias del uno ó del otro padre.

Quintanar no le perdonaba a Zorrilla la ocurrencia de atar a Mejía codo con codo, y le parecía indigna de un caballero la aventura de don Juan con doña Inés de Pantoja. «Así cualquiera es conquistador». Pero fuera de esto juzgaba hermosa creación la de Zorrilla... aunque las había mejores en nuestro teatro moderno.

Saludó sin detener el paso, con una reverencia que juzgaba graciosa, «la reverencia de peluca blanca y tacones rojos», según el la titulaba, y vio por un instante unos ojos irónicos y una boca bermeja que contestaban a su saludo. Otro que fuese inmodesto siguió murmurando Maltrana llegaría a tener sus pretensiones sobre esta señora.

Muchas señoras, el señor cura y yo nos hemos presentado al general Bianchi, rogándole cesara el saqueo. Este general nos ha recibido muy cortésmente, pero nos ha dejado ver que no se juzgaba dueño de dominar por completo el pillaje: me parece, sin embargo, que ha tomado alguna medida en este sentido, porque durante la noche han recorrido el pueblo patrullas de soldados a caballo.

Sabed, señor, que a me llaman el bachiller Sansón Carrasco; soy del mesmo lugar de don Quijote de la Mancha, cuya locura y sandez mueve a que le tengamos lástima todos cuantos le conocemos, y entre los que más se la han tenido he sido yo; y, creyendo que está su salud en su reposo y en que se esté en su tierra y en su casa, di traza para hacerle estar en ella; y así, habrá tres meses que le salí al camino como caballero andante, llamándome el Caballero de los Espejos, con intención de pelear con él y vencerle, sin hacerle daño, poniendo por condición de nuestra pelea que el vencido quedase a discreción del vencedor; y lo que yo pensaba pedirle, porque ya le juzgaba por vencido, era que se volviese a su lugar y que no saliese dél en todo un año, en el cual tiempo podría ser curado; pero la suerte lo ordenó de otra manera, porque él me venció a y me derribó del caballo, y así, no tuvo efecto mi pensamiento: él prosiguió su camino, y yo me volví, vencido, corrido y molido de la caída, que fue además peligrosa; pero no por esto se me quitó el deseo de volver a buscarle y a vencerle, como hoy se ha visto.

No creía Salabert tropezar con aquel obstáculo. Juzgaba cosa hecha lo del testamento mutuo. Quedó tan sorprendido como turbado. Pero recobrándose instantáneamente, adoptó un continente grave y digno para decir: Está bien, Carmen. Yo no trato de imponer mi voluntad a la tuya.

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