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Actualizado: 20 de junio de 2025


Le importaba poco que su país fuese gobernado por alemanes. Hasta en ciertos momentos lo juzgaba preferible, siempre que la paz se restableciese rápidamente, permitiéndole disfrutar otra vez de sus riquezas y reanudar la vida de meses antes, que ahora le parecía á medio siglo de distancia.

Si pudiesen remediarse de cualquier otro modo que no fuese con dinero, es seguro que las haría desaparecer en seguida. Los rasgos de generosidad le hacían llorar de entusiasmo; pero se juzgaba, y con razón, impotente para llevarlos a cabo. Así y todo hacía esfuerzos supremos por violentar su naturaleza. En realidad, no era de los ricos menos limosneros que hubiese en Madrid.

En punto á combate, el mismo Leyva, sostenido de Scipión Doria y pocos más votos, juzgaba que, bien combinadas las galeras con las naves, formaban fuerza no inferior á la de los turcos, ya fondearan en línea, interpolados, ya navegaran en grupos, pues sólo las naos, que eran 30, y los tres galeones habían de hacer con la artillería mucho daño.

El tío Ventolera reía, con risa infantil, complacido por estos recuerdos juveniles que resurgían en su memoria siempre que oía hablar de tiros, cuchilladas y provocaciones en la noche. ¡Ay! ¡A él ya no lo aucarían! Esto quedaba para los jóvenes. Y su acento era melancólico al no verse mezclado en los lances de amor y de guerra, que juzgaba indispensables para una existencia feliz.

Mi padre me lo daba á entender así, aunque observando siempre, sobre este asunto, una reserva que yo juzgaba muy legítima. Los sentimientos de mi madre para su esposo me parecían de una naturaleza indefinible.

Según cuenta Barrionuevo en sus Memorias, frailes armados hasta los dientes arrebataban a la justicia del rey, en pleno día y en medio de la plaza Mayor de Madrid, al pie de la horca, a uno de los suyos sentenciado por asesinato. La Inquisición no satisfecha con achicharrar herejes, juzgaba y castigaba... a los contrabandistas de ganado.

Pero el buen don Rosendo que juzgaba un importantísimo triunfo la venida de tal personaje a su morada, y contaba con ayuda de él exterminar a sus contrarios, tanto insistió, valiéndose de toda clase de recomendaciones para conseguirlo, que el Duque concluyó por aceptar el ofrecimiento.

Me doy por satisfecho con el diez por ciento. ¿Que adquieren por un millón?... Cien mil dólares para . ¿Que compran por valor de dos?... Pues doscientos mil. Con eso me retiro á España y dejo de escribir, aunque lloren de pena las nueve Musas. Castillejo juzgaba mediocres mis pretensiones. Ahora trabajaba por hacer presidente á un amigo. Luego le tocaría á él.

Y sucedía entonces que una comisión, nombrada por elección de la que cesaba, formaba una lista con los nombres de las personas que juzgaba dignas de tan señalada honra. Esta lista se presentaba á cada uno de los inscritos en ella, quien ponía al margen de su nombre su conformidad, á no tener luto reciente, ó estar enfermo de gravedad.

¿No fué así, catedrático?... Aquí no veo mas que un pretendiente, pero este Ulises le jura que lo colgará de la misma parte si vuelve á encontrarlo en su casa. Huyó don Pedro. Juzgaba muy interesantes á los rudos héroes de la Odisea, pero en verso y sobre el papel. En la realidad le parecían unos brutos peligrosos.

Palabra del Dia

rigoleto

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