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Ahora que presiento una desventura, veo que es pecado lo que yo no creía que lo fuese. Yo misma me examino, me juzgo y me condeno. Mira, Paco: yo he creído que un hombre me amaba, y, aunque no pagaba su amor, me complacía y me enorgullecía de que me amase. Su amor estaba de tal suerte refrenado por el respeto, que jamás se mostró en palabras. Yo le adivinaba; no le veía.

-Todo lo confieso, juzgo y siento como vos lo creéis, juzgáis y sentís -respondió el derrengado caballero-. Dejadme levantar, os ruego, si es que lo permite el golpe de mi caída, que asaz maltrecho me tiene.

Como tomó con demasiado extremo muchos asuntos, lo hizo tambien en este, de modo, que todo hombre cuerdo debe leerle con alguna desconfianza, y armado de buena Lógica. Juzgo, pues, que son menester dos cosas para que tenga fuerza el argumento negativo.

Como esta Lógica está tambien traducida en Castellano, y todo el mundo tiene noticia de ella, no hay necesidad que yo explique por menor lo que contiene; solo juzgo conveniente poner algunas advertencias sobre ella, para que nadie se entregue á su letura sin el debido discernimiento.

En su desmayo juzgó que pasaban lentamente horas y más horas, que luego amanecía, y que por fin alguien daba señales de vida en aquel palacio, ayer del regocijo y hoy de la tristeza. Los pasos se acercaban, y manos desconocidas intentaron poner en orden los restos del festín.

Hago lo que puedo; por de pronto le lloro mucho, como él me lloraría. No juzgo que deben condenarse las lágrimas en absoluto; pero me parecen más propias de las mujeres que de los hombres. Te aconsejo entereza para soportar esta prueba terrible. Pasados ya los primeros días, es absurdo seguir entregado al dolor, y precisa darse cuenta exacta de su situación y pensar en lo porvenir.

Juzgó entonces el P. Joseph que ya nosotros estábamos consumidos y cansados de tantas molestias y penas, por lo cual nos volvió á decir: El que quisiere volverse, vuélvase en buen hora, que yo estoy determinado á pasar adelante y á cumplir la voluntad de Dios y de mis superiores. Uno y más años caminaré por estos bosques si Dios me quiere conservar la vida hasta llegar al término deseado.

Le juzgo á usted pero no me dignaré castigarlo. ¿Se ha vuelto usted cobarde? dijo en tono burlón Sorege. ¡No le faltaba á usted más que eso! Me he vuelto paciente, dijo dulcemente Jacobo, y lo pruebo. ¡Pues bien, séalo usted por completo! Dió tres pasos y levantando el brazo, trató de pegar á su antiguo amigo en la cara. En este instante la fisonomía de Jacobo se transfiguró y se puso espantosa.

Divididos los capitanes en los sitios de Nona, y Megarix, el infante D. Fernando, hijo del rey de Mallorca, con cuatro galeras llegó á Galípoli, por órden del rey de Sicilia D. Fadrique, porque juzgó que importaba para el aumento de su casa enviar persona puesta por su mano que gobernase el ejército de los Catalanes de Thracia, pues ellos mismos le habian llamado y prestado juramento de fidelidad, no acordándose quizá de que esto habia sido cinco años antes, cuando la necesidad les obligó, y que entonces pudiera haber dificultad en admitirle.

Pero, según lo que considero, podrán estos pueblos dentro de pocos años hacer tales adelantamientos que juzgo podrán ser susceptibles de erigirse en ellos un obispado con rentas más pingües que el del Paraguay, y entonces convendría otra demarcación o división de límites, que propondré a usted para que la examine y me diga lo que le parece, dado caso que así sucediese.