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Actualizado: 22 de octubre de 2025
El que tiene ánimo para conservar los naipes hasta el fin, éste se salva. Y añadió el filósofo y jugador de una pieza, con alegre irreverencia: Estoy orgulloso de servir al Señor, y me obligo a morir en su ejército. Pasaron tres días, y el sol, a través de las blancas colgaduras del valle, vio el cuarto a los desterrados repartirse las reducidas provisiones para el desayuno.
Naturalmente que este seguro no es contra la pérdida. No se ha llegado aún a constituir una compañía que asegure las rachas de un color contra el color contrario. Es únicamente para el caso de que se dé un aprés de treinta y una. Por un duro cada cien duros o fracción de cien duros, el jugador garantiza su capital contra lo que constituye el cero del treinta y cuarenta.
Si aventuraba una fuerte suma en una partida de écarté, nadie tenía el derecho, es verdad, de llamarle a la razón, pero por lo menos había de escuchar las advertencias de los compañeros. Todos le conocían y se interesaban por él como por un convaleciente. Un jugador se conduce como un hombre juicioso o como un loco, según que sea incitado o contenido por los que le rodean.
Un banquero riquísimo, y muy conocido en Madrid por la protección que dispensaba a las chicas de vida alegre, le propuso descaradamente amueblarle un entresuelito y ponerle coche; un caballerete trapisondista y jugador intentó llevársela una noche a cenar, imaginando que cuatro copas de Champaña y un gabinete de fonda le asegurarían la conquista; un autor le ofreció un papel de gran lucimiento a cambio de una cita, y hasta el director de escena se brindó a solicitar para ella un beneficio, a condición de que ensayasen a solas lo que hubiera de cantar.
El amor a los desgraciados me domina, hasta el punto de embotar mis sentidos. Soy como el ebrio y el jugador, que, obsesionados por su afición, nada sienten ante la mujer. El hombre de estudio, enfrascado en los libros, experimenta muy débilmente los llamamientos del sexo. Mi pasión es la lástima por los desheredados, el odio a la injusticia y la desigualdad.
La vida de este hombre en las salitreras había sido menos agradable y fructuosa que la de Ovejero. Trabajó y ganó buenos jornales en los primeros meses; pero era jugador, y todas sus ganancias se quedaron en las llamadas casas «de remolienda». Al final, sus deudas y sus continuas peleas le obligaban á abandonar el país.
Manejaba los naipes con singular maestría, como jugador de oficio.
En los últimos días, al contemplarla victoriosa en el Casino, su pasión se ensombrecía; la apreciaba menos. Luego, al verla arruinada y enferma de tristeza, su afecto iba renaciendo; y para auxiliarla, hasta se convertía en jugador, ¡él, que era incapaz de hacer esto ni por su propia salvación!... Tú no puedes comprenderme: eres mujer.
Yo llevo perdidas ya 40.000 pesetas desde el mes de agosto le dice una amiga a la pedigüeña. ¿Cuarenta mil pesetas? Y ¿a quién se las has perdido? Se las perdí a varios. Si fuese para comer, no me las hubiesen dado... Un jugador abandona su asiento con cara de malhumor. ¿Perdió usted mucho? No. Perdí poco; pero lo que más me indigna es ver ganar a los amigos. Que yo pierda, pase.
Su quiebra es una quiebra que no lo arruina ni lo lleva al tribunal; todo se resuelve para él en no pagar; las deudas de Bolsa no son deudas, y en el caso de don Eleazar ha pasado ni más ni menos lo que sucede en una casa mala de juego cuando se apagan las luces: cada jugador defiende con el puño lo que puede, y le aseguro que su patrón sabrá defender lo suyo. No se alarme: no perderá el puesto.
Palabra del Dia
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