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Actualizado: 18 de mayo de 2025
La de Dumais parecía literalmente sobre ascuas, la abuela fruncía la nariz y la de Aimont contenía una enorme gana de reír, mientras que la de Sarcicourt y Paulina echaban a su alrededor miradas de ciervas moribundas. Hacer frente a la intrépida señorita Bonnetable... Qué audacia...
Tristán hizo un signo negativo con la cabeza. ¿Voy a casa a buscar socorro? ¿Puedes quedar aquí? Hizo un signo afirmativo. Entonces la intrépida joven saltó con increíble energía sobre su jaca y la puso a un galope furioso. El animal, como si comprendiese lo que su ama exigía de él, devoró en cortos minutos la distancia. Cuando llegó al Sotillo su hermano salía ya a su encuentro.
No podía ocultársele que Melisa era vengativa, irreverente y voluntariosa, que sólo tenía una facultad superior propia de su condición semisalvaje, la facultad del sufrimiento físico y de la abnegación, y otra, aunque no muy constante, atributo de fiera nobleza, la de la verdad. Melisa era a la vez intrépida y sincera; dos cosas que en aquel carácter venían a reducirse a una sola.
Venga esta dueña y pida lo que quisiere, que yo le libraré su remedio en la fuerza de mi brazo y en la intrépida resolución de mi animoso espíritu. Capítulo XXXVII. Donde se prosigue la famosa aventura de la dueña Dolorida
La inspiracion del alta inteligencia, El calor de la intrépida elocuencia En el astro de Mayo concentró; Y del ardiente labio de Moreno Se desprendió de su palabra el trueno Y el programa de Mayo formuló.
Parecía un juguete en manos de gigantes; pero resistía maravillosamente. Con su pequeña vela saltaba con agilidad de ola en ola, como si fuera un barco insumergible, y subía y bajaba por las montañas de agua, intrépida y ágil como una gaviota.
Reconocía al pasar cada uno de los sitios por donde había paseado con sus agitaciones de joven ambicioso, edificando sus ensueños de fortuna y de ascenso en su carrera. En aquellos tiempos se sentía lleno de confianza en sí mismo, se lanzaba por los caminos del porvenir con la intrépida audacia de un aventurero que marcha a la conquista del becerro de oro.
»Sobre esto del yacht, sólo le he dicho a usted que Nieves se perece por andar en él, y que su padre, menos aficionado que ella a esta diversión, cuando no quiere o no puede acompañarla, tolera muy gustosa que vaya sola conmigo y con el famoso Cornias; pero nada le he hablado de lo intrépida que es allí; de cómo se le revela el placer de que va poseída en el ardor de la mirada y en la gallardía de sus posturas; ni de cómo me tienta y seduce con palabras o con gestos más tentadores que ellas, a que fuerce y obligue al balandro a hacer lo que yo no quiero que haga, ni debe de hacer cuando lleva una carga tan preciosa... ¡Y el demonio del barquichuelo, como si lo conociera, hombre!
Por algunos instantes no se oyó más que ¡viva Consuelo! ¡viva Consuelo! entre la muchedumbre frenética. No hay quien no quiera ayudarla y quien no la colme de flores y agasajos. El alférez atlético, con ademán caballeresco, pone una rodilla en tierra y la invita a que afiance el pie sobre su muslo. La intrépida joven no se hace de rogar y lo ejecuta, sentándose de un salto en la tabla.
Y tras fatigas y hórridos azares, cruzando montes, traspasando llanos, salvando la distancia de los mares, la intrépida nación de los hispanos te presentó su mano salvadora, y tu frente abatida, al levantar de España la señera con una cruz volaste y una espada a una playa de todos ignorada.
Palabra del Dia
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