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Permaneció Gallardo en silencio y bajó la cabeza, intimidado por el reflejo irónico de aquellos ojos claros, temblones con su polvillo de oro. Luego se irguió como el que adopta una resolución. ¿Dónde ha estao usté en too este tiempo, doña Zol?... Por el mundo contestó ella con sencillez . Yo soy ave de paso. En un sinnúmero de ciudades que usted no conoce ni de nombre.

El señor de Lerne pensó en esta circunstancia, con entereza, pero, aunque no se sintiese intimidado, ni se creyese un hombre muerto, no dejó de conocer, que iba, sin embargo, a afrontar un gran peligro. Hizo sus disposiciones, en consecuencia.

En otro momento hubiera tenido que ver el arranque de cólera de Dupont ante las amenazas y las insolencias de su dependiente. Pero ahora parecía intimidado por la mirada del joven, por el acento de su voz, que temblaba con expresión amenazadora. ¡Hombre!, ¡hombre! exclamó, queriendo indignarse sin conseguirlo, y adoptando una dulzura bonachona. Piensa lo que dices.

Pero como sufren tantas incomodidades, y ven perecer á sus compañeros frecuentemente, aquellos, y los que están aun en esta provincia, se han intimidado hasta lo sumo, refiriéndome yo á lo que dichos papeles expresan, porque conviene puntualmente con los demas informes que omito, por no hacer mas difusa nuestra exposicion.

Habian los rebeldes cerrado la comunicacion tan cuidadosamente, que en todo el tiempo que se mantuvo este oficial separado, solo llegó á manos del General una carta suya, en que le decia no habia recibido noticia alguna del estado y situacion en que se hallaba el ejército: lo que no era estraño, atendida la crueldad de los sediciosos, quienes en el pueblo de Santiago de Pupuja habian arrestado á un propio que le dirigia, y le habian cortado las orejas, la nariz y las manos: cuyo inhumano castigo, divulgado inmediatamente en aquella provincia, habia intimidado con tanto extremo á todos sus habitantes, que ninguno queria convenirse á llevar una carta, aunque se le ofreciesen crecidas sumas por esta diligencia.

Otras veces eran señoritos de Buenos Aires, que pedían alojamiento en la estancia, diciendo que iban de paso. Don Madariaga gruñía: ¡Otro hijo de tal que viene en busca de los pesos del gallego! Si no se va pronto, lo... corro á patadas. Pero el pretendiente no tardaba en irse, intimidado por la mudez hostil del patrón.

Era cierto que aquel mocetón, frío, espiritual y fastidiado, le había intimidado siempre; sentíase inquieta cuando se le acercaba en su salón. Creyó recordar, sin embargo, que siempre la había tratado con una cortesía excepcional, dispensándola de las bromas burlescas con que gratificaba a las demás mujeres. Halagábala el pensar que era respetada por aquel libertino.

El también esperaba que pasaría aquello, una ceguera de joven, y creyéndose investido de la autoridad de padre, intentó dar algunos consejos a Rafael al encontrarle en la calle. Pero tuvo que desistir a las pocas palabras, intimidado por la mirada altiva del joven.

Al castillo balbuceó el muchacho, poniéndose colorado . Al mismo tiempo, ocultaba confundido una de sus manos dentro de su blusa. ¿Qué vas a hacer al castillo? volvió a preguntarle. A ver a la señorita Julia. Julia era la camarera de Juana. ¿Quién te envía, hijo mío? Un señor murmuró el niño, cada vez más intimidado. ¿Un señor que está alojado en tu hotel, no es verdad? Si. ¿Un oficial? .

Por otra parte, una vez alcanzada preveía los sinsabores que consigo arrastra, sentíase débil para sufrir las objeciones de la crítica como ya lo había experimentado, comprendía que en cuanto se levantase un poco tendría contra a todos sus camaradas de café y de saloncillo y se sentía intimidado.