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Desde un balcón los insultó una mujer. ¡Canallas! ¡Gentuza ordinaria! ¡Ojalá os ahorquen, que es lo que merecéis!... Y en los guijarros del pavimento, resonó el choque de una vasija de barro rompiéndose, sin que los fragmentos alcanzasen a nadie.

Divulgóse esta voz por el pueblo, y fuese por malicia de ellos ó por ardid diabólico del demonio, que perdía mucho en la conversión de aquellos bárbaros, comenzó la chusma á hacer muchos maltratamientos al venerable P. Lucas Caballero y al P. Felipe Suárez, antes que con detestable atrevimiento pusiesen fuego á la iglesia, de donde por este insulto se vieron obligados á salir y pasarse á un rancho ó choza poco distante; pero ni aun aquí pudieron parar, porque los bárbaros les buscaron por todas partes armados con sus arcos y macanas, y hubiéranlos hecho pedazos si no hubiera sido porque esperaban á sus caciques que estaban no muy lejos de allí.

Años tenía la buena señora para obrar por su propia cuenta. Sus reflexiones fueron tan amargas como exactas. «Todo es en balde: armo un alboroto, grito, insulto a estas mujeres, llamo a mi madre... cierran la puerta, mandan venir una pareja... y mi padre se queda solo, sabe Dios hasta cuándoEstá bien, señora dijo; pero no es fácil engañarme. ¡Mi madre está ahí dentro!

Si alguno, al caerse, entorpecía la marcha, oíase un insulto y un soldado venía blandiendo una rama, arrancada de un arbol, y le obligaba á levantarse, pegando á diestro y á siniestro.

El Canónigo dio un paso hacia adelante con la diestra en alto y pronta a asestar el bofetón; pero el terrible ceño de Ramiro le contuvo. Balbuceando, entonces, palabras entrecortadas, llevose ambas manos al rostro. Aquellos instantes fueron solemnes. El insulto flotaba irreparable, y parecía hacerse oír, otra y otra vez, en el silencio.

Esta especie de franqueza inflexible era la forma de broma más picante ante los ojos de la sociedad del Arco Iris, y el insulto de Ben Winthrop fue considerado por todos como superior al epigrama del señor Macey.

Huyó la gente de para evitar el contagio, como si yo tuviera la peste. Hasta ese desventurado de Antoñuelo me insultó y me abandonó. Sólo don Paco fue constante en amarme y en respetarme. Pero, repito, ¿qué había yo de hacer?

Pero he aquí que el caballero tan duramente tratado, era un hombre de honor que aprovechó su primer viaje a Europa para obtener de M. André, que no contaba seguramente con la huéspeda, una explicación completa, poco en consonancia con la altivez del insulto. Entretanto, el ministro inglés, con su numerosa familia y servidumbre, hacía también sus preparativos para partir al día siguiente.

La marquesa tenía la cara más larga que la de Don Quijote. Esto es peor que burlarse de la gente continuó el general con voz temblona : ¡es un insulto! Tío dijo la condesa suavizando la voz lo más posible , cuando no hay mala intención, cuando no hay más que ligereza, atolondramiento, gana de reír... ¡Gana de reír! interrumpió el general : ¡reírse de !, ¡reírse de mi mujer!

Inmediatamente sale otra partida igual, y así turna todo el año. La experiencia ha hecho ver siempre, que cuando los indios resuelven un insulto, espian oportunamente una de dichas partidas por la tarde, y la cortan con facilidad, poniéndose de noche tras de ella para matarla por la madrugada infaliblemente.