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Actualizado: 5 de septiembre de 2025


Estas cosas herían e inquietaban vagamente al joven sacerdote. Las bromitas que la beata se permitía de palabra también rebasaban algunas veces los límites convenientes. Un día le dijo repentinamente: ¿Sabe usted lo que estoy pensando, padre? Que el ángel que viene muchas veces a ponerme la mano sobre la cabeza tiene los ojos muy parecidos a los de usted. Y soltó la carcajada al decirlo.

El arte colocaba la Naturaleza sobre el ideal; los hombres pensaban más en la tierra que en el cielo: la Razón nacía; cada uno de sus avances era un paso atrás para la Fe, y llegaba el momento, por fin, en que los clarividentes, los que se inquietaban por el porvenir, pensaban ya en cuál había de ser la nueva creencia que sustituyese a la religión agonizante.

Entonces, continuando su trabajo de jardinero, decía mentalmente una corta plegaria por la salvación de aquellos de sus muertos que más lo inquietaban, y que podían estar detenidos en el purgatorio. Poseía una fe cándida y tranquila. Pero entre aquellas tumbas existía una que con más frecuencia que las otras recibía sus visitas y sus oraciones.

Fuerte en la conciencia de su triunfo presente, Jacinta empezó a sentir el desconsuelo de no someter también el pasado de su marido, haciéndose dueña de cuanto este había sentido y pensado antes de casarse. Como de aquella acción pretérita sólo tenía leves indicios, despertáronse en ella curiosidades que la inquietaban.

Pero Castillejo no estaba para fijarse en mi escepticismo; cada día se mostraba más preocupado por el éxito de su campaña electoral. ¡Cosa rara! No le inquietaban los generales candidatos que parecían próximos á sublevarse contra el gobierno.

El sacerdote dejó caer el libro sobre el lecho y se tapó el rostro con las manos. Obdulia manifestó a su confesor que estaba resuelta a dejar el mundo y consagrarse por entero a Dios en un convento. No pudo darle noticia más grata. Hacía ya mucho tiempo que las preferencias, la exagerada sumisión y hasta idolatría que la joven devota se complacía en mostrarle inquietaban al P. Gil.

Uno de aquellos visitantes que tanto inquietaban á la servidumbre trasladó sus libros y sus raídos trajes desde una callejuela vecina al Panteón á la vivienda señorial de los Lubimoff, instalándose en ella. Era un joven taciturno, dedicado al estudio de la química, y que no podía volver a su país.

Raquel, mientras tanto, había ido a hincarse, descorazonada, cerca del altar. Adriana tenía prisa de concluir cuanto antes. Generalmente, cuando iba a confesarse, la dominaba una impresión de misterio, y cierto receloso pudor le impedía referir nada relacionado con los secretos íntimos de su conciencia o con los pecados que más la inquietaban.

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