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Actualizado: 3 de junio de 2025
Es un juego rutinario y mecánico. ¿De dónde sale usted que no lo sabe? Yo repuse ingenuamente: Vengo de Venado-Tuerto. ¡Ah, comprendo! agregó Villalba. ¡En Venado-Tuerto lo jugará hasta el cura! Cierto... Mi amigo lanzó una franca carcajada, diciéndome: ¡Y nos viene usted con la moda de Venado-Tuerto! Nada repliqué, más confuso que fastidiado...
Me hallaba sentado a mi mesa de trabajo, me estrechaba la mano y ganaba su cuarto tarareando algún fragmento de ópera. Al otro día volvía a empezar sin ostentación, ingenuamente convencido de que era excelente aquel austero régimen de vida. Al cabo de algunos meses ya no podía más.
La madre tenía tan buena idea de mí, que no le sorprendió nada encontrarme en la iglesia; pero la hermana San Sulpicio me dirigió una mirada de curiosidad que me puso colorado. La verdad es que nunca he sido muy devoto, y debo confesar ingenuamente que en aquella ocasión me llevó a la iglesia, más que el deseo de asistir al santo sacrificio, la esperanza de ver a la graciosa hermana.
Si el lector me pregunta lo que pienso sobre ellas, y el principio en que estriban, confesaré ingenuamente, que si bien el principio me parece verdadero, y las consecuencias legítimas, no obstante, la extrañeza de algunas de ellas, y todavía mas las de otras que haré notar en lo sucesivo, me infunden sospechas de que en el principio se oculta algun error, ó que el raciocinio con que se infieren las consecuencias, adolece de algun vicio que no es fácil notar.
Le felicitó Ojeda agresivamente por su buena fortuna, y Maltrana, con la ceguera del hombre amado, aceptó ingenuamente estos plácemes venenosos... Sí; estaba contento de la vida. Alguna vez le había de tocar a él. Bien sé que no soy gran cosa dijo con falsa modestia; pero así y todo, alguien se ha fijado en mí. A veces tiene éxito la fealdad.
Luego, afectando un aire indiferente y alegre, que amargamente contrastaba con la desoladora tristeza que escondía en su corazón, habló así: Para que piense usted en mí alguna que otra vez se me ha ocurrido una idea... Me ha dicho usted hace poco que no llevaba reloj; deje que le ofrezca el mío... Nada tiene de precioso, pero es muy bueno... Cuando le pregunte usted la hora, se acordará de un viejo solterón que usted tomó ingenuamente por un rival y que, por el contrario, sentía por usted una afectuosísima amistad...
Adolfo protestó ingenuamente; él no volvería a casarse... Se encuentra usted demasiado bien así dijo Vázquez con unas hermanas como las que usted tiene... ¡Feliz de usted!... Pero esta felicidad no puede durarle toda la vida... Ellas se casarán alguna vez... ¡Oh no!... interrumpió Coca. ¿Y por qué no se casa usted? preguntó Adolfo a su amigo.
Su carrera era tan rápida, que inútilmente trataba el señorito de alcanzarla con la bota; de repente Nucha se adelantó, y con voz entre grave y medrosa repitió ingenuamente lo que había dicho mil veces en su niñez: ¡San Jorge... para la araña! El feo insecto se detuvo a la entrada de la zona de sombra: la bota cayó sobre él.
Con frecuencia, sobre todo después de su llegada a Madrid, había oído hablar del favorito, de su crédito y de sus aventuras; pero nunca le había visto, y habló ingenuamente a la Reina, cuando le contestó que no le conocía.
El puede más que los alambrados malos. ¿Alambrados?... ¿Pasa? ¡Todo! Alambre de púa también. Nosotras pasamos después. Los dos caballos, vueltos ya a su pacífica condición de animales a que un solo hilo contiene, se sintieron ingenuamente deslumbrados por aquel héroe capaz de afrontar el alambre de púa, la cosa más terrible que puede hallar el deseo de pasar adelante.
Palabra del Dia
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