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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Un solo hecho bastará para justificar este aserto, por lo tocante á la gran procreacion de los ganados. Un indio llamado Pedro Chambi, habia reunido con el producto de su industria unas quince vacas, á cuya cria dedicándose luego con esmero, llegó de tal modo á multiplicarlas, que fuera del gran número vendido por él mientras vivió, aun dejó en 1828, al terminar sus dias, como mil cabezas.

Estuvimos sobre él cuatro dias sin poder hacer nada: hasta que un indio Cário, que habia sido su capitan, y era dueño del pueblo, vino de noche al general, pidiéndole con gran instancia, que no le destruyésemos con fuego, ofreciendo, si le permitíamos, dar traza y forma de tomarle. Prometíole el general, que no recibiria ningun daño, asegurándole lo cumpliria.

La causa principal que ha hecho casi necesaria é indispensable esa conmutacion, y que directamente obra desde luego en perjuicio del indio, y algo contra el tesoro público, es la falta de una moneda colonial y peculiar solo de Filipinas, como la tienen todas las demas posesiones europeas del Asia, de cuya necesidad, asi como de las ventajas de todas clases que traeria, se hablará en párrafo separado, segun merece.

Añadió dicho indio, que los indios de aquellas partes no quieren que se oiga que hay tales españoles. Esto indio lo conocí mucho, por haberme servido en el viage á Chile, á fines del año de 1738.

Pedro y Juan jinetean sin cesar toda la tarde, de la casa al parador, y de este a aquella. En las ciudades antiguas donde aun hay alegres posadas, y cierto indio que sabe francés, han comido casi todos los invitados. A las ocho de la noche empieza el baile. Toda la noche ha de durar.

Pruebas del indiferentismo indio se ven inmediatamente que se ancla en un puerto de Filipinas.

A cual indio le toma la hamaca, A cual el pellejuelo que tenia, A cual, si le replica, allí le saca La manta con que el triste se cubria. Al fin, en la pared no deja estaca, Que todo cuanto halla, destruia, Y no contento de esta tal destroza, Enojo al que tiene muger moza. El Juan Ortiz aquí se regalaba, Y no tengais temor, pues que le duela Saber como su gente lo pasaba.

Que si el Virey se le entra por la tierra, Que vivirá en eterna servidumbre; Que habrá de conquistar toda la Sierra, Sin dejar lo mas alto de la cumbre: Que ahora podrá bien darle la guerra, Para librarse de esta pesadumbre; Que perfecta prudencia es y cordura, Gozar en la ocasion la coyuntura: El indio le responde, que guardase Su tierra, y que jamas no pretendiese, Que en cosa con los suyos le ayudase, Que allá D. Diego solo se lo hubiese.

Ben Zayb, la única cabeza pensante, no lo sabía: él no se dedicaba á aquella industria. ¡De caracolitos, hombre, de caracolitos! contestó el P. Camorra; no se necesita ser indio para saberlo, ¡basta tener ojos! ¡Justamente, de caracolitos! repetía don Custodio gesticulando con el dedo índice; y ¿usted sabe de dónde se sacan? La cabeza pensante tampoco lo sabía.

Allí tiene su familia y siempre que va al norte, pasa la noche en casa. ¿Y qué tal hombre es? Excelente y servicial con todo el mundo. D. Salvador se mascó el bigote y puso una cara altanera, porque D. Juan llegaba en ese momento. Su mula, fatigada, se detuvo a la puerta, y el indio posadero salió a recibirlo.

Palabra del Dia

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