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Actualizado: 14 de noviembre de 2025


Un Martes Santo, a la comida del mediodía, apareció en la mesa un huésped inédito: un sacerdote prebendado. Si me cruzo en la calle con él, o le hallo frente a frente en un tranvía, o come vecino a en una fonda de estación, apenas si me hubiera molestado en resbalar sobre él la mirada. Pero estábamos en la mesa redonda de una casa de huéspedes. Tenía razón el excelente don Amaranto.

Debemos responder á ella, que seguramente es deplorable la pérdida de tantas, y en parte tan excelentes composiciones, y tanto más, cuanto que de esta suerte nos vemos privados de los medios de delinear todos los rasgos, que constituyen la fisonomía de este hombre extraordinario; pero esto no será causa bastante para suponer que lo inédito sea lo más perfecto de sus obras, ó que hubiese de presentarnos su talento bajo una nueva faz.

Declaración hecha á la hora de la muerte, escrita al dictado por Gil de Mesa y firmada de su mano. Otra declaración contenida en escrito inédito, lleva más allá de este mundo las noticias del ex-Secretario. Don Justo Zaragoza, que la encontró en la Biblioteca de S. M. el Rey, Sala 2, Est.

Yo no he dicho ni más ni menos que lo que repito ahora, aunque sea pesadez; pero aunque sea pesadez, ya que doña Emilia me da ocasión para ello, voy a continuar mis meditaciones estéticas, insertando aquí mi tercer artículo, que por miedo de fatigar al público permanecía inédito, y que es como sigue: Lo único que me apesadumbra y que a veces me mueve a arrepentirme de haberme puesto a tratar asunto tan complicado, es la multitud de aspectos bajo los cuales importa considerarle y la extensión que por consiguiente tengo que dar a este escrito.

De la situación de aquellas desgraciadas, muchas de las cuales tenían consigo á sus hijos, de cierta edad y de pecho algunos, da idea un curiosísimo documento inédito hasta ahora, prueba irrecusable de lo que era el tribunal de la fe.

Leía por las tardes en el Ateneo las revistas extranjeras, para estar «al día» en los adelantos del pensamiento universal y reventar a ciertos camaradas ignorantes que, por haber publicado algunos versos en los periódicos, pretendían deslumbrar al pobre «inédito». Además, seguía adquiriendo libros, a pesar de su pobreza. No podía librarse de este hábito de sus tiempos de abundancia.

Bien se le puede creer á Betánzos lo que dice en la dedicatoria á don Antonio de Mendoza: que para hacer su historia verdadera tuvo que traducir como ello pasaba y guardar la manera y órden de hablar de los naturales. Pues un trabajo de estas condiciones no debe continuar inédito.

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