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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Os basta el amor estéril que profesáis a Dios; preferís el egoísmo de la beatitud a la abnegación del cariño; una hora de meditación os parece cosa más santa que un día de trabajo, y el llanto que arranca un sacudimiento histérico os es más grato que las lágrimas vertidas consolando el dolor ajeno. Eres más impío de lo que imaginé. Y tú más fanático de lo que yo pensaba.
Nunca me imaginé que nos recibieran con música: Francia tiene otras cosas en que pensar; pero fué triste ver tan mal interpretado nuestro entusiasmo. Los hombres llamados á las armas por las leyes del país y que se batían obligatoriamente nos miraban con recelo.
Miguelina se cubría la cara con ambas manos y de buena gana se hubiera tapado los oídos. ¡Calle usted! repetía. ¿Por qué habrá vuelto, Dios mío? Nunca imaginé dijo Delaberge impaciente que mi presencia le había de causar tan gran disgusto... Supongo que no me habrá de creer usted capaz de la menor indiscreción... Tranquilícese, pues, que todo se quedó y se quedará entre nosotros.
Y sin embargo, no es cursi: no hay más que verle para conocer que no lo es. Será forastero; me decía yo. Y notando en él un no sé qué de peregrino, imaginé que no venía de ninguna provincia, sino de tierras extrañas y tal vez remotas. Así pasó más de un mes, largo para mí como un siglo, porque me atormentaba la curiosidad de saber quién era este ser misterioso.
Volvióse don Quijote a la duquesa y dijo: -Vuestra grandeza imagine que no tuvo caballero andante en el mundo escudero más hablador ni más gracioso del que yo tengo, y él me sacará verdadero si algunos días quisiere vuestra gran celsitud servirse de mí.
Cuando entré en ella y alcancé a ver la casa de Gloria, me hallaba en la misma feliz disposición con que acudí siempre a la cita. Pero en el mismo instante, al echar una mirada a la reja, veo arrimado a ella, o próximo a ella al menos, el bulto de un hombre. Me detuve estupefacto. Lo primero que imaginé fue que era el sereno.
Bajó la cabeza como desalentada, murmurando contra su destino. Usted no sabe qué vida ha sido la mía. Necesito la riqueza; es algo indispensable para mi existencia, y he pasado lo mejor de mi juventud corriendo inútilmente tras de ella. Cuando imaginé tenerla entre mis manos, la vi desvanecerse, para reaparecer más lejos, obligándome á una nueva carrera... ¡Y así ha sido siempre!
Imagine cada cual lo que se le antoje: ponga en la hundida Atlántida, en las regiones hiperbóreas, más allá de las Montañas Rifeas, y hasta en la Lemuria, si le parece bien, un foco primitivo de civilización; lo cierto, lo demostrado es que la civilización más antigua es la de Egipto. Hace cerca de seis mil años que el Egipto está civilizado.
Es cierto que donde quiera que yo imagine los límites del universo, como cerrándole con una inmensa bóveda, imagino todavía fuera de la bóveda nuevas inmensidades de espacio en que mi fantasía se sumerge; pero de esto inferir que la realidad es como yo la imagino, no parece muy ajustado á las reglas de una sana lógica.
Imagine ahora el lector el afán, el asombro, las palpitaciones de gozo y el raro deleite con que leería Poldy la carta, que también venía en rollo y que estaba concebida en estos términos: VIII «Me repugna y hallo difícil escribir cartas dando tratamiento a quien las dirijo, y así, adopto la antigua costumbre de los orientales.
Palabra del Dia
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