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Ignacio Artegui, madame de Miranda, españoles declaró Artegui. Si el señor tuviese una tarjeta osó decir la hostelera. Artegui entregó el pedazo de cartulina, y la fondista se deshizo en cortesías y cumplimientos, cual si implorase perdón por aquella fórmula.

¿De suerte que dijo el rey, que en asuntos de conciencia era muy escrupuloso la mentira puede, y aun debe usarse, según las circunstancias? Indudablemente dijo el padre Aliaga ; veamos el caso actual; hay que engañar á un hombre... á Ignacio Soldevilla, para evitar grandes males. Debe engañársele, el fin es bueno; el tósigo se emplea comúnmente como medicina. Pero, ¿qué grandes males amenazan?

La hermosa, la hermosísima hija, digo, si en los dos años que no la veo no la han dado viruelas, la matadora de corazones, engendrada por el buen Ignacio Soldevilla. ¿Y dónde está su padre? En Nápoles con el duque de Osuna. ¡Ah! ¡diablo! ¡diablo! paréceme que si los muchachos se quieren, podremos tener boda; pero maravíllame que doña Clara, que no le ha conocido hasta esta noche...

Meses después, Carlos Ohando entró en San Ignacio de Loyola; el Cacho estuvo en el hospital, en donde le cortaron una pierna, y luego fué enviado a un presidio francés; y Catalina, con su hijo, marchó a Zaro a vivir al lado de la Ignacia y de Bautista. Zaro es un pueblo pequeño, muy pequeño, asentado sobre una colina.

Pero... exclamó con tono diferente yo aquí... , ya por qué vine, y a qué vine, y cuándo... y ya recuerdo también.... ¡Ah, Don Ignacio, Don Ignacio! se asombrará usted y con razón de haberme hallado cuando menos lo pensaba.... ¡En qué instante entré!

Entre tanto hizo el P. Zea enarbolar una cruz en un alto, y puestos todos de rodillas delante de ella, la adoraron; y entonadas las letanías de la Virgen, puso aquel pueblo debajo del patrocinio y tutela de nuestro Padre San Ignacio, cuya advocación le dió.

Era este hermano enfermero en la Casa Profesa de Roma, cuando llegando á aquella corte el P. Ignacio de Frías, procurador general de esta provincia, obtuvo licencia de nuestro Padre general Tirso González para venir por su compañero y pasar á las Misiones de los Guaranís, de donde fué á ejercitar el mismo oficio de enfermero á este colegio de Córdoba, y de aquí fué á las Misiones de los Chiquitos, á que siempre tuvo grande afecto y con su celo é industria procuró los progresos de ellas, hasta perder la vida en la demanda.

En este género de versos, que prueban el espíritu, un tanto chancero, de Salinas, es donde más lucía su ingenio, que llegó hasta componer un poema burlesco sobre los Ejercicios de San Ignacio, que fué impreso después de haber corrido por largo tiempo manuscrito con no poca aceptación.

Según iban las cosas, no envejecerían los dos sin ver realizados sus propósitos. Entre tanto, se daban buena vida, se trataban con distinguidas y honradas gentes, y el niño Ignacio, Nacho, Nachito, iba creciendo. ¡Nachito! Era una bendición de Dios por guapo, por agudo, por gracioso... ¡Qué criatura, Virgen de Guadalupe!

Conque vamos á otra cosa. En este convento estuvo preso tres días San Ignacio de Loyola, y luego veintidós en la cárcel, todo ello siendo estudiante y seglar, hasta que se examinaron y absolvieron por varones doctos algunas doctrinas, que al principio parecían heréticas, del que había de acabar siendo fundador de la Compañía de Jesús y santo canonizado por la Iglesia.....