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Actualizado: 11 de junio de 2025


Intenté respirar, la boca se me llenó de sangre y sentí el ruido del aire al entrar por el agujero de la herida. Tenía atravesado el pulmón. Pasé días muy malos entre la vida y la muerte. Un mes estuve en cama, y al cabo de este tiempo pude levantarme hecho una momia. Don Ciriaco, desde que supo lo ocurrido, se plantó al lado de mi cama y me cuidó como a un hijo. Hortensia vino también a verme.

Los consejos de don Ciriaco hicieron que no acudiese con frecuencia a casa de Hortensia. Mi asunto marchaba bien. Antes de un mes podría ver en la calle de la Aduana este letrero: COMPA

Yo tenía un poco más de mundo que cuando estudiante, y pude comprender que la bella Hortensia se desentendía de toda preocupación moral y que no buscaba mas que prosperar y gozar. Satisfacer los sentidos y la vanidad. Su fama en Cádiz era un tanto equívoca. Don Ciriaco pensaba retirarse y quería que yo le reemplazara en el mando de la fragata; pero esta combinación no le gustaba a don Matías.

Precedidos por el criado, subimos la escalera monumental, y, recorriendo un pasillo, llegamos a un salón inmenso, con grandes espejos y medallones. Esperamos un rato y apareció la dueña de la casa, doña Hortensia, una mujer opulenta, hermosísima. Nos recibió con gran amabilidad. Don Ciriaco estuvo muy cortesano con ella. Realmente, el viejo capitán era un hombre de salón.

Esas son cosas de todos los tiempos concluyó diciendo don Ciriaco filosóficamente , que han pasado, que pasan y que pasarán. Te he contado la historia de Hortensia para que sepas qué clase de mujer es, y para que no digas sin querer delante de ella alguna inconveniencia. Comentamos los hechos y después hicimos honor a la cena, que fué exquisita.

Nos quedábamos de sobremesa doña Hortensia, Dolorcitas y yo. Dolorcitas y yo jugábamos como chicos, recorríamos la casa, subíamos a la azotea, íbamos al miramar. La señora Presentación, una vieja muy graciosa y gesticuladora, a quien yo no entendía nada de cuanto hablaba, solía venir a avisar a la señorita Dolores, que alguna de sus amigas acababa de llegar.

El amigo no presentó dificultad alguna; don Ciriaco fué a ver a doña Hortensia, quien parece que dijo que se haría lo que deseábamos sin la menor vacilación. Efectivamente; unos meses después, ya restablecido del todo, era capitán de una hermosa fragata, a los veintitrés años.

La primera vez que comprendí claramente las pretensiones aristocráticas de la familia de Dolorcitas, fué hablando con un empleado del almacén de don Matías, a quien yo llamaba el Almirante. Muchos domingos, al llegar a casa de doña Hortensia me encontraba con que no había nadie, y solía entrar en el almacén. Los empleados me conocían. Allí se trabajaba lo mismo días de labor que días de fiesta.

Me llamó la atención una joven bastante linda que, mientras hablaba con don Acisclo, dirigía miradas de amor al través del follaje de una hortensia al lenguado gaditano, que le correspondía por el mismo conducto, sin dejar de meterse el dedo en la nariz. Los lienzos de las paredes estaban llenos de cuadros al óleo.

Estábamos hablando cuando entró, acompañada de una criada vieja, la hija de doña Hortensia, Dolorcitas, una muchachita de catorce o quince años, preciosa. Don Ciriaco estuvo con ella como un viejo galante de la corte de Versalles. Dolorcitas se parecía a su madre; pero era más pequeña de estatura, de ojos más negros y de tez algo más morena.

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