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Eso digo yo.... «Sufre que tu mujer oiga insolencias a la que quisiste hacer tu concubina... o se lo cuento todo». Este es el lenguaje de la conducta de esa meretriz solapada. Ahora bien: un consejo; solución; ¿qué hago? ¿sufrir en silencio? Absurdo.

Entre estas ciencias inexactas, que tanto me deleitan, hay una, muy en moda ahora, que es objeto de mi predilección. Hablo de la prehistoria. Yo, sin saber si hago bien, divido en dos partes esta ciencia.

Por lo cual un guardia cogió a Juan enérgicamente por el brazo y le dijo: A ver; retírese V. a su casa inmediatamente, y no se pare V. en ninguna calle. Pero yo no hago daño a nadie. Está V. impidiendo el tránsito. Adelante, adelante, si no quiere V. ir a la prevención.

No debo más, y encantos afuera, y Dios ayude a la razón y a la verdad, y a la verdadera caballería; y cierra, como he dicho, en tanto que hago señas a los huidos y ausentes, para que sepan de tu boca esta hazaña.

-Ahí esta el punto -respondió don Quijote- y ésa es la fineza de mi negocio; que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el toque está desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado?

Verdad que por el decoro debido a la sociedad, hago que me espanto, y digo: «¡Qué barbaridad, hombre, qué barbaridad!». Pero en mi interior me río y digo: «ande el mundo y crezca la especie, que para eso estamos...». Todo esto le pareció a Fortunata muy peregrino cuando lo oyó por primera vez; pero a la segunda, encontrolo conforme con algo que ella había pensado. ¿Pero no sería un disparate?

En el siglo XII se reconstruyó; pero en el XIV amenazaba ya ruina, y hasta el XVIII no vió Paris alzarse ese magnífico monumento. Lo principió Luis XV, y hago mérito de esta circunstancia, porque quien da su nombre á un monumento de tal tamaño, tiene positivamente derecho á que la posteridad no lo olvide.

Yo hago de mi fisonomía lo que me da la gana, y no estoy obligado a dar gusto a los señores, presentándoles siempre la misma cara.

Quizá haya un momento en que, desembarazado de las preocupaciones que han precipitado la redacción de esta obrita, vuelva a refundirla en un plan nuevo, desnudándola de toda digresión accidental, y apoyándola en numerosos documentos oficiales, a que sólo hago ahora una ligera referencia. On ne tue point les idées. A los hombres se les degüella; a las ideas, no.

Es un honor que haya descendido un rey hasta tus plantas. Gracias, gracias. Pero, vamos, cuenta, cuenta, hija mía, con ese graciosísimo pico que Dios te ha dado. Me tienes impaciente. ¿Cómo fue la cosa!... Pues verá usted. ¿Se acuerda de la conversación que tuvimos al otro día de la fiesta que dió usted para presentar en sociedad a sus sobrinas Carmen y Lucía? Hago memoria.