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Actualizado: 10 de mayo de 2025
La mujer de Zarandilla puso la mesa, ayudada por las jóvenes serranas, que habían adquirido cierto aplomo al verse en las habitaciones del amo. Además, el señorito, con una franqueza que las enorgullecía, haciéndolas subir a la cara oleadas de sangre, iba de una a otra con la botella y la batea de cañas, obligándolas a que bebiesen.
Un ruiseñor volaba infatigable de plaza en plaza, teniendo por bosques las ciudades, y su música divina volvía locas a las gentes, haciéndolas pedir a gritos la República... pero Federal, ¿eh?... Federal o nada.
En el agua hay aún más vidas tiernas anuladas: defendiéndolas, propagándolas, haciéndolas muy numerosas, nos creamos un derecho de vivir sobre lo inconmensurable. La generación es susceptible de dirección como un elemento aumentado indefinidamente. El hombre, sobre todo en aquel mundo, se aparece como el gran mágico, el promotor poderoso del amor y la fecundidad.
Es la última carta de su hijo, enviada desde las trincheras. Conozco igualmente la historia del muerto: un mozo esbelto, de rubio bigote y finos ademanes, que atraía las miradas de las viajeras solas, haciéndolas reconocer la injusticia de la suerte, que reparte sus bienes sobre la tierra con escandalosa desigualdad.
Y lo más maravilloso del caso era que los lentes de resorte de acero, que reemplazaban a las gafas durante los interregnos, manteníanse vigorosos y firmes. Ya sabéis que la paciencia no era la virtud favorita de M. Alfredo L'Ambert. Hallábase un día furioso, pateando sobre unas gafas, haciéndolas pedazos con sus tacones, cuando le anunciaron la visita del doctor Bernier.
Pues esto deseaba él para los enemigos de la vida, para los que maldecían como pecados las más gratas dulzuras de la existencia; para los que adoraban la castidad antipática de la virgen sobre la soberana fecundidad de la madre; y ensalzaban la pereza contemplativa, considerando el trabajo como un castigo; y hacían la apología de la vagancia y la miseria convirtiéndolas en el estado perfecto; y tenían el hambre como signo de santidad y apartaban á las gentes de las felicidades positivas de la tierra, haciéndolas dirigir las miradas á un cielo mentido; y anatematizaban el amor carnal como obra del demonio.
La aurora, que sólo tenía apoyado uno de sus rosados dedos en aquel rincón del orbe, se atrevió a alargar toda la manecita, y un resplandor alegre, puro, bañó las rocas pizarrosas, haciéndolas rebrillar cual bruñida plancha de acero, y entró en el cuarto del capellán, comiéndose la luz amarilla de los cirios.
Es tambien la mas bella de todas cuantas componen la coleccion que de sus obras formó don Andres Lamas, haciéndolas preceder de un interesante discurso preliminar. En ella se encuentran estos hermosos y sentidos versos: Destruye con tu soplo Que abate las naciones, Las bárbaras prisiones Del hombre de color!
Pugnaban las manos sangrientas de los curanderos por devolver a la abierta cavidad las flácidas entrañas; pero la respiración jadeante de la víctima las hinchaba, haciéndolas salir de su encierro y desparramándose otra vez como piltrafas empaquetadas. Una vejiga enorme inflábase entre los despojos, entorpeciendo el arreglo. ¡La bufa, valientes!... gritaba el director . ¡Duro con la bufa!
Los galeones fueron siempre disparando artillería á las galeras que los seguían, haciéndolas estar bien largas dellos, sin perder de hacer su camino. Perdiéronse nuestras galeras tan ruinmente, que entre todas sólo dos ó tres pelearon. La Mendoza de Nápoles quedó sin gente: toda murió combatiendo.
Palabra del Dia
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