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13 Y acontecerá en aquel día que habrá en ellos gran quebrantamiento [de parte] del SE

O libertinos sin instrucción, ó alborotadores asalariados. ¿Será preciso quitarles la libertad y no devolvérsela hasta que reciban educación ó castigo? Entonces, ¿habrá libertad para unos, y para otros no? Ha de haberla para todos, ó quitársela á todos. ¿Y es justo renunciar á los beneficios de un sistema por el mal uso que algunos pocos hacen de él?

El pícaro habrá pensado, al pasar por delante de mi molino: Ese parisiense está muy tranquilo ahí dentro; vamos a darle la alborada. Y seguramente habrá tomado un bombo, y... ¡rataplán!... ¡rataplán!... ¿Quieres callarte, pícaro Puck? Vas a despertarme a las cigarras. Pero no era Puck.

La esencia es lo mismo que la existencia; mientras haya esencia habrá tambien existencia; si la esencia falta, faltará tambien la existencia: ¿dónde está la contradiccion?

Habrá algun tiempo, dice, de acabarse Mi pena, mi dolor y desconsuelo! Tendrán cabo mis males algun dia, Pues lo tuvo mi gozo, y mi alegría!" ¡A que duro diamante no ablandára! ¡A que leon cruel no conmoviera! ¡A que hircana tigre no amansára! ¡A que pecho mortal no enterneciera, Si el principio y el fin considerára De aqueste sin ventura, su quimera!

La moral neoyorquina no es ni más severa ni menos lata que la de cualquier centro europeo; pero es un hecho, que cualquier extranjero habrá podido observar, que, ni aun en las horas de la noche, en el seno de las grandes corrientes de Broadway o de la calle 18 o de la Tercera Avenida, se notan esas solicitaciones repugnantes que hacen imposible a las familias el acceso a los bulevares de París o de ciertas calles de Londres.

Estos hombres de ingenio son crueles. ¿Pero qué habrá querido decirme? quitando lo de la monarquía en ropilla, que creo que quiere decir que el reino anda medio desnudo, no le he entendido más. Y de seguro... me ha dicho algo... ¡pero ese algo!... ¡ese algo!...

Decidme exclamó Ramiro sonriendo: ¿qué batalla habrá por el mundo más dura que mi porfía, qué adarve más áspero que vuestro corazón, qué infieles más temibles que esos vuestros ojos, mi señora? Muy tierno me requebráis. Quiero pensar que lo decís de vero. Los dos callaron.

Al encendido encarnado de las mejillas había sucedido cierta palidez, sobre todo en los labios y en el hueco de los ojos. Cuando Pedro dijo «ya hemos concluído», se dejó caer como una piedra, exclamando: ¡Qué atrocidad! ¡Cómo me he cansado! ¿La habrá hecho á usted daño, señorita? preguntó el mayordomo con solicitud. No, no; esto pasará en seguida.

Pero mi mujer y yo nos preguntamos muy á menudo: ¿no sabrá Luisa el vivo interés que nos inspira su desgracia? ¿No la habrá dicho nada madama Fonteral? No puedo persuadirme de semejante cosa. Dejaria madama Fonteral de ser mujer.