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Si él tenía dinero, los otros ¡ah! los otros tenían allá lejos, en Madrid, poderosas amistades; llegaban cuando querían hasta el trono; eran de los que tenían la sartén por el mango; y si en su presencia se murmuraba que la madre de Rafael pensaba en su hija para nuera, don Matías enrojecía de satisfacción y murmuraba modestamente: No ; creo que todo son habladurías.

Figúrate si con esas tragaderas estarás bien dispuesta para el amor». Después de esto y mientras Fortunata se comía una cantidad inapreciable de pasas y almendras, cogiéndolas del plato una a una y llevándoselas a la boca sin mirarlas, el bondadoso anciano siguió sus habladurías con cierto desconcierto, y como desvariando.

Doña Carmen, que había autorizado los amores de la señorita Julia con D. Javier, prohibió naturalmente que éste entrase en la casa durante su ausencia, y ella, más buena que el pan, para evitar toda clase de habladurías, pidió a su novio que se marchara también de Madrid durante el verano.

Después de esto, vuestra posición respecto del señor de Lerne después de vuestro duelo, os impone ciertas atenciones particulares. Es justo; pero, ¿cómo tener valor para alejarme? A propósito interrumpió la señora de Maurescamp . ¿Cuál ha sido el motivo de este duelo? ¿Puede saberse? ¡Oh! nada, habladurías. ¿Habladurías? ¿Qué habladurías? Una palabra hiriente que me refirieron.

Tuvo la Religiosa sus imaginadas habladurías, y dió de respuesta, que vendiese la alhaja y la repartiese entre los pobres. El caso fué, que la alhaja de que hablaba el Arzobispo era su alma, y si Jesu-Christo hubiera hablado con la Monja, no le hubiera dicho que la diese á los pobres. Otra Religiosa decia, que Dios todos los dias la subia hasta el Sol, y la hacia ver la hermosura de aquel Planeta.

Permaneció allí dos horas; eso pudiera ocasionar habladurías a no estar el buen hombre casado y con hijos de alguna edad. Al volver Lady Clara a su cuarto, tarareaba mirándose al espejo y riñó a Carolina. Por aquella vez habían salvado su colocación en el coro de la capilla. Sin embargo, no fue por mucho espacio.

; habladurías muy ofensivas para todos nosotros, pero principalmente para mi hijo político, a quien queremos en casa como si fuese hijo verdadero... No le recrimino a usted ni a ella.

Nadie, pues, más feliz que yo, porque en cuanto a las habladurías y murmuraciones del mundo perecedero, así me cuido de ellas como de ir a la Meca.

Por ahora, las «morochas» del pueblo se contentaban con llamarlas «esas orgullosas de Itualde». ¡Y había que ver con cuánto menosprecio las calificaban de «orgullosas», sabiendo que no eran ricas!... Poco les importaba a ellas este menosprecio, con tal de que las habladurías no pasaran a mayores...

Esto último no precisamente por vergüenza, sino por el mismo sentimiento amoroso que seguía agitando su corazón. Creía, y no le faltaba motivo, que, supuestas las habladurías que corrían por el pueblo y la guerra de todos los capellanes, principalmente de D. Narciso, cualquiera aproximación a su confesor podía comprometerle.