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Actualizado: 20 de junio de 2025
El joven doctor no tenía otra familia que la de su primo y se instaló en su casa. Cristina, que había tenido una hija y por los cuidados de la maternidad salía poco de casa, acogió bien al doctor. La acompañaba tardes enteras hablándola de París, la famosa ciudad del pecado, contra la cual se exaltaban los predicadores y que ella solo había entrevisto en un rápido viaje de bodas.
De pronto, levantándose, Adriana se inclinó sobre su amiga en un arranque de piedad, y la cubrió de besos hablándola al oído. Un solo favor te pido, Laurita querida... y ya nunca te preguntaré nada... ¿Todavía lo quieres a José Luis? Y tenía un temor desesperado de que ella le respondiera que no.
«Entró hablándola en el tono regocijado y cariñoso que de ordinario usaba con ella; y bastó a la pobre niña conocer su luz, para lanzar un grito y estremecerse como si la hubiera sacudido una corriente eléctrica. Vivía la infeliz indudablemente bajo el peso de una idea terrorífica, que se embravecía con el recuerdo o la presencia de determinadas cosas y personas.
La Villasis la recibió en los suyos, estrechándola contra su corazón, besándola en la frente, hablándola al oído, con la voz suave y cariñosa con que se habla a un niño enfermo o desolado. Ella, sollozando sin cesar, repetía: ¿Y qué hago?... ¿Qué hago?... Irte. ¿Pero adónde?... A Lourdes... A esperar junto a la Virgen Santísima que pase la tormenta. Irá allí a buscarme...
No pudiendo conseguirlo salió al cabo de la estancia, pero fué para rondar por los alrededores del edificio como un perro fiel. Pocos momentos después, la Amparo fué llevada al despacho de uno de los oficiales, que la recibió sin miramiento alguno, sin levantarse del sillón y hablándola en un tono autoritario que la produjo gran irritación. La bilis se le revolvió en el estómago.
Respondía una vez a sus miradas hablándola en ese sentido para tranquilizarla mejor; mas no pude averiguar si logré lo que me proponía, porque desde el compromiso que había adquirido conmigo sobre la manera de conducirse en aquel asunto, no me dejaba traslucir la verdad de sus sentimientos.
La buena de doña Juana de Velasco, vale de oro todo lo que pesa; en hablándola de mi padre, no sabe ser suya: es mucho lo que admira, mucho lo que venera, mucho lo que sirve la duquesa á su excelencia, y ha tragado el anzuelo... hasta el cabo... ¡lindezas dirá esta carta!
Ra-Ra, arrodillado junto á ella, le tomaba las manos, hablándola ansiosamente para que abriese los ojos una vez más, y creyendo que cuando los cerraba era para siempre. ¡Oh, hermano de mis ensueños! ¡Madre de mis alegrías! ¿Me oyes?... No te mueras; yo no quiero que mueras. Aún quedan para nosotros muchos soles dichosos y muchas lunas de amor.
Palabra del Dia
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