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¿Hasta cuándo nos molestará el animal-montaña? murmuró rabiosamente . El senador Gurdilo tiene razón: hay que desembarazarse de ese huésped grosero é incómodo.

Todos los diarios hablaban con elogios de su discurso en el templo de los rayos negros, lamentándose de haber desconocido durante tantos años á un orador tan eminente. Los periodistas le dieron una noticia que resultó la peor de todas. Gurdilo había anunciado su deseo de pronunciar un discurso en el Senado á propósito del Hombre-Montaña apenas se abriese la sesión.

Deseaban todos que terminase cuanto antes el desfile de los cartelones grasientos. Entre las delicadas criaturas que ocupaban las galerías altas hubo ciertos conatos de desmayo. Las matronas sacaban sus frasquitos de sales para reanimar el dolorido olfato. En el estrado de los senadores se oyó la voz del terrible Gurdilo.

El áspero senador evitaba el trato con los hombres, acordándose de las desdichas de Momaren y otros personajes. Sus amistades íntimas eran siempre con gente de su sexo. Cuando Flimnap quedó á solas con Gurdilo, en una pieza modestamente amueblada, se apresuró á hacer su propia presentación. Senador, yo soy el pedante de que habló usted ayer; el encargado de guardar al Hombre-Montaña.

Con una de sus comidas á mediodía comentaba Gurdilo podría mantenerse la guarnición entera de nuestra capital; con una de sus cenas habría bastante para la alimentación de toda la escuadra del Sol Naciente.

Después de una larga discusión, la asamblea quedó dividida en dos grupos: unos, con Gurdilo, pedían que no se matase al Hombre-Montaña, pues esto representaba el derroche inútil de las sumas empleadas en su manutención; otros defendían al gobierno, demostrando que tan enormes gastos eran la prueba mejor de la necesidad de suprimir al costoso intruso para realizar economías.

Yo, por el deseo de defender á usted, ando ahora mezclado en las cosas de la política y me honro con la amistad del elocuente Gurdilo. El gobierno sabe que el tribuno se interesa por el Hombre-Montaña, y como teme á su palabra vengadora, se cuidará bien de autorizar tal crimen. No obstante su confianza en el miedo de los gobernantes, dudaba de que Momaren abandonase sus malos propósitos.

El rector Momaren también hizo un gesto igual, y hasta Gurdilo permaneció inmóvil, imitando la actitud del odiado gobierno. Todos fingían no conocer el mecanismo de acero ni sentir interés por averiguar su uso. Las señoras y señoritas empezaron á bostezar de aburrimiento en las galerías altas.

Una parte de la asamblea aceptó la opinión de Gurdilo; pero esta vez el orador no consiguió apoderarse de la voluntad de todos los senadores, y varios amigos de los altos señores del Consejo se levantaron á contestarle.

Aquí Gurdilo se lanzó rencorosamente contra Momaren, describiéndolo sin dar su nombre, relatando sus desgracias domésticas, su lucha con Popito, su odio contra el gigante, por creerle cómplice de Ra-Ra. Hasta los senadores más amigos del Padre de los Maestros rieron francamente cuando el senador fué relatando, con una cómica exageración, todo lo ocurrido en la tertulia literaria.