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Actualizado: 10 de junio de 2025
Por último se dotó de abundante agua para el riego de los nuevos jardines, instalándose una máquina de vapor próxima á la orilla del Guadalquivir y para la cual se llevó á cabo una construcción hecha al efecto de sencilla y sólida arquitectura, obra de don Melchor Cano.
Acaso algún cristiano hecho cautivo en la frontera, de condición noble, o algún caballero de los mal contentos y fugitivos de la corte de Castilla, se paseaban también entre aquella turba, recordando en su corazón las veladas de Sevilla y de Córdoba, y los vergeles y festejos del Guadalquivir.
Al norte se ven mas ó menos las montañas de Córdoba, contrafuertes de la Sierra-Morena Por último, tendiendo la vista al oriente, en la dirección de la alta Andalucía, se ven llanuras hermosas que se van levantando insensiblemente hasta perderse en las ondulaciones de colinas y cerros que giran por el centro de la hoya del Guadalquivir hacia Jaén. El horizonte es inmenso y admirablemente bello.
Una legua mas abajo tenemos un gran pueblo, república Eporense para los romanos, para nosotros Montoro; villa cercada por el Guadalquivir, fundada sobre tres cerros de peña viva y otros tantos valles, toda de casas de piedra, con un puente soberbio costeado por sus vecinos antes del año 1500, para cuya obra, cuentan ellos con entusiasmo, se desprendieron las señoras de sus alhajas de oro, plata y piedras preciosas.
Desde luego que, al hablar de los monumentos de Córdoba, su admirable mezquita ó catedral, fundada en 692, ocupa el primer lugar, y casi puede decirse que es todo lo importante allí. El gran puente de diez y seis arcos, sobre el Guadalquivir, no es interesante sino por su antigüedad y su orígen, pues carece de atrevimiento y gusto.
Había en la ilustrísima ciudad de Sevilla, allá por los tiempos en que llegaban a la Torre del Oro, que a la margen del claro y profundo Guadalquivir se levanta, los galeones cargados de oro que venían de las Indias, y cuando reinaba en España el señor rey don Felipe el Segundo, de clara y pavorosa memoria, en la calle de las Sierpes, y en una rinconada a la que jamás llegaba el sol, como no fuese en verano y al mediodía, un tinglado de madera, de dos altos, desvencijado y giboso, al que llamaban casa, y en el cual vivía una valiente persona, cuyo apellido y nombre de pila ignoraba él mismo, que si los tuvo olvidolos, y nadie le conocía ni él respondía más que por el sobrenombre de Viváis-mil-años, cortesanía que empleaba para saludar a todo el mundo.
No citaré la fecha de las muchas inundaciones del paseo, pero haré mención de la riada de 1796, en que las aguas llegaron hasta cerca de los balcones de algunas casas como indica el azulejo colocado en el edificio que hace esquina á la calle Santa Ana, y de la de 1876, en que se desbordó el Guadalquivir, causando grandes destrozos en todo el barrio de San Lorenzo y en el de la Feria.
Enlosó las calles de su corte, edificó alcázares en las ciudades principales de España, reparó los caminos y construyó las rusafas ó jardines á orillas del Guadalquivir, dotó las madrisas ó escuelas de muchas poblaciones, y mantenia en la madrisa de la aljama de Córdoba trescientos niños huérfanos.
Más a la izquierda, asomando solo la cabeza sobre las azoteas del caserío de la ciudad, veíase también la Torre de Plata, con su blanca corona de almenas. Más allá, el palacio de San Telmo, envuelto en la masa verde de sus naranjos, asomando las agujas de sus torrecillas de pizarra. El Guadalquivir corría bajo mis pies.
Dejaré esta encantada comarca de Granada; mas no ya para recorrer alcázares y templos, sino para ver ese Guadalquivir que fecunda los campos de Córdoba y Sevilla, ese Océano sin fondo que azota las murallas de la ciudad de Cádiz, ese sol que baja alli al fondo del mar ceñido de una corona de tinieblas. ¿Qué puedo ver ya en los monumentos de aquellas tres ciudades?
Palabra del Dia
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