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Enfermo y sin un oficio para ganarse la vida, imposibilitado de pedir trabajo en las imprentas, porque su nombre tenía cierta aureola que aterraba a los patronos, Gabriel cayó en la miseria, sin que le bastasen los auxilios con que le socorrían los compañeros. Fue de un extremo a otro de la Península, mendigando entre los suyos y ocultándose de la policía. Su ánimo decayó.

Casi se puede asegurar que su único defecto era el de ser pobre. Mutileder, huérfano de padre y madre, no tenía predios urbanos ni rústicos, vivía como de caridad en casa de unos tíos suyos, y en Vesci no sabía en qué emplearse para ganarse la vida. Era un señor, como vulgarmente se dice, sin oficio ni beneficio.

Eran de admirar, por último, los enigmas que los príncipes se proponían para mostrar la respectiva agudeza; los versos que escribían; las serenatas que daban; los combates del arco, del pugilato y de la lucha, y las carreras de carros y de caballos, en que procuraba cada cual salir vencedor de los otros y ganarse el amor de la pretendida novia.

¡Oh, la vida dura de continuos riesgos, la necesidad de ganarse el pan luchando con la oscuridad, con las tempestades y con el hombre, que era el peor de los enemigos!

El Maestrico se había enamorado de la Charanga con la pasión reconcentrada y silenciosa de un hombre de cuarenta años. Los padres le querían, alabando sus costumbres sobrias, su actividad para ganarse la vida; y la muchacha, en su diferencia de bestia alegre, decía que á todo, continuando sus relaciones con el matoncillo. Iban á casarse en aquella misma semana.

1154 Debe trabajar el hombre para ganarse su pan; pues la miseria, en su afán de perseguir de mil modos, llama en la puerta de todos y entra en la del haragán. 1155 A ningún hombre amenacen, porque naides se acobarda; poco en conocerlo tarda quien amenaza imprudente: que hay un peligro presente y otro peligro se aguarda.

En Vetusta la juventud pobre no sabe ganarse la vida, a lo sumo se gana la miseria; muchachos y muchachas se comen a miradas, se quieren, hasta se lo dicen... pero lo dejan; falta una posición; las muchachas pierden su hermosura y acaban en beatas; los muchachos dejan el luciente sombrero de copa, se embozan en la capa y se hacen jugadores.

Era el final lógico de una vida de aventuras, de aquel modo audaz de ganarse la existencia con riesgo de la piel. ¿No le había visto llegar muchas veces a la casucha chorreando sangre de tremendas heridas?... Pareció tranquilizarse Feli, sin que por esto dejase de llorar cuando se veía sola.

Sus brazos eran débiles, sus manos delicadas; ni siquiera poseía el vigor físico de un mozo de cordel para ganarse la subsistencia. Recordaba con amargura las declamaciones que muchas veces había leído sobre la miseria de los desheredados de la clase obrera. ¡Ay! Ellos, al menos, no perecían de hambre en medio de la calle.

Todo eso de aduanas y carabineros y barquillas de la Tabacalera no lo ha creado Dios: lo inventó el gobierno para hacernos daño a los pobres, y el contrabando no es pecado, sino un medio muy honroso de ganarse el pan exponiendo la piel en el mar y la libertad en tierra. Oficio de hombres enteros y valientes como Dios manda. Yo he conocido los buenos tiempos.