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Y šaliendo ellos, heaqui le truxeron un hombre mudo endemoniado: Y echado fuera el demonio, el mudo habló. Y las compañas še maravillaron diziendo, Nunca h

Cuando nuestros amigos penetraron en la tienda, las únicas personas que en ella había eran D.ª Feliciana y su hija Carmen cosiendo debajo de la lámpara, y Paco Ruiz sentado sobre el mostrador con las piernas colgando hacia fuera, que se balanceaban suavemente como dos péndulos.

Como mis padres no me permitían más compañía que la de otros muchachones tan ñoños como yo, no sabía ninguna suerte de travesuras, ni habia visto a una mujer más que por el forro, ni entendía de ningún juego, ni podía hablar de nada que fuera mundano y corriente.

Pues bien, amigo y Padre: por mi bendito primo y por un tal Rufete que sería igual a mi primo si no fuera más exagerado, más vacío de mollera y de peores intenciones, que en una reunión semi-secreta que varios patriotas tienen en la plaza de San Javier han acordado dar un susto a Vuestras Paternidades.

El violín volvió a rasgar el silencio de fuera con notas temblorosas, que parecían titilar como las estrellas. Ya no se trataba de las ansias amorosas de Fausto en la mirada casta y pura de Margarita; ahora el instrumentista arrastraba perezosamente por las cuerdas del violín los quejidos de la Traviata momentos antes de morir.

Sobrevino la justicia; ocultose el suceso a mi madre, que fuera impío decirla recién parida que se había quedado viuda y con aquellas apariencias; el mundo no juzga más allá de lo que se ve en la superficie, y todos echaron a la peor parte lo que había acontecido, y díjose, porque así lo creyeron, que mi padre, enamorado de la hermosura de Lisarda, secretamente se había venido de Nápoles, y con Lisarda se veía en secreto, y que tal vez algún otro enamorado, celoso de Lisarda, las dos muertes había hecho.

A no caer el Ingles en el engaño, Que causan con banderas y alboroto, Hiciera en aquel puerto mucho daño, Y fuera el miserable puerto roto. Milagro fué, sin duda, y caso estraño Estarse el enemigo algo remoto De tierra por tres dias, contemplando Lo que está nuestra gente maquinando.

Pues, estando en tal aflición, cual plega al Señor librar della a todo fiel cristiano, y sin saber darme consejo, viéndome ir de mal en peor, un día que el cuitado ruin y lacerado de mi amo había ido fuera del lugar, llegóse acaso a mi puerta un calderero, el cual yo creo que fue ángel enviado a por la mano de Dios en aquel hábito. Preguntóme si tenía algo que adobar.

Algunos eclesiásticos le abordaban dulcemente y le proponían, cual si fuera por mero esparcimiento, teológicos problemas que rozaban el dogma. Estaba perdido. Aquel hijodalgo que creía no conocer el miedo conoció el terror, un terror sobrenatural, un terror por encima del coraje del hombre. Era el maleficio, el aojo del Rey. Su varonil empaque tomó entonces un aspecto doblegado y taciturno.

En torno nuestro cuchicheaban: Franzose... Franzose... Todos me miraban con manifiesta antipatía: Salgamos me dijo el señor de Sieboldt, y cuando estuvimos fuera, encontré en él su agradable sonrisa de otros tiempos. El buen hombre no había olvidado su promesa, pero la clasificación de su colección japonesa, que acababa de vender al Estado, le tenía ocupadísimo. Por eso no me había escrito.