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TORTILLA CON MERLUZA. La merluza, cocida o frita; se hace la tortilla como en las anteriores. Lo mismo puede echarse en los huevos batidos carne de colas de cangrejos o langostinos, y si se quiere que la tortilla sea de jamón se echan trocitos de jamón frito antes.

PATATAS COCIDAS. Peladas y partidas a trozos se cuecen con agua y sal; cuando están cocidas se deshacen y baten con una cucharada de manteca hasta que queden como una natilla. Se componen con aceite frito con ajo.

Un domingo de invierno, por la tarde, al anochecer, no por qué me decidí a dejar la diligencia de San Fernando y a quedarme en Cádiz. Había en el muelle esa tristeza de domingo de los puertos de mar. No me sentía alegre, sino agresivo, con gana de hacer una brutalidad cualquiera. Entré en una tienda de montañés, pedí pescado frito y vino blanco. Comí y bebí en abundancia.

Al ver esto, todas las vecinas de la casa que estábamos en los balcones, empezamos a tirarles cuanto teníamos. Una les echaba una cazuela de agua hirviendo, otra la sartén con el aceite frito; yo cogí el puchero que había empezado a cocer, y sin pensarlo dije: «Allá va»; y aunque aquel día nos quedamos sin comer, no me pesó, no, señor.

BESUGO FRITO. Límpiese bien, córtese a rajas, se sazona de sal y se fríe en aceite bien caliente; al servirlo se le echa zumo de limón.

ARROZ A LA RIOJANA. En una cacerola puesta al fuego con aceite se rehoga cebolla picada y un diente de ajo; después de frito se tira, y se rehoga el arroz. ARROZ CON LANGOSTA. Se fríe con manteca tomate, cebolla y ajo; después el arroz; se le da unas vueltas y se agrega el agua necesaria; en seguida la langosta, que se tendrá cocida y preparada.

Toda esta gente, comiendo, bebiendo y gesticulando, levantaba el mismo rumor que si la plazoleta estuviese ocupada por un avispero enorme, y en el ambiente flotaban vapores de alcohol, un vaho asfixiante de aceite frito y el penetrante olor del mosto, mezclándose con el perfume de los campos vecinos. Batiste se aproximó finalmente al gran corro que rodeaba á los de la apuesta.

Por fortuna, el Mediterráneo estaba libre de tal calamidad. Los ingleses tenían bien guardada la puerta de Gibraltar, y todo él era un lago tranquilo dominado por los aliados. Antes de acostarse, Ferragut entró en una cámara de la cubierta alta, donde estaba instalada la telegrafía sin hilos. Le atrajo el chirriar de aceite frito que lanzaban los aparatos.

Entrar en una de esas tiendas de montañés a tomar pescado frito y a beber vino blanco, ver cómo patea sobre una mesa una muchachita pálida y expresiva, con ojeras moradas y piel de color de lagarto; tener el gran placer de estar palmoteando una noche entera, mientras un galafate del muelle canta una canción de la maresita muerta y el simenterio; oír a un chatillo, con los tufos sobre las orejas y el calañés hacia la nariz, rasgueando la guitarra; ver a un hombre gordo contoneándose marcando el trasero y moviendo las nalguitas, y hacer coro a la gente que grita: ¡Olé! y ¡Ay tu mare! y ¡Ezo él; ésas eran mis aspiraciones.

Me pareció que quizá no había bebido bastante para ser todo lo insolente y procaz que quería, y me senté en la mesa de una taberna, en la acera, en una calle en donde hay tal profusión de colmados y de peluquerías, que no parece sino que aquella gente se ha de pasar la vida entre el plato de pescado frito y la tenacilla para rizarse el pelo.