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Actualizado: 10 de junio de 2025
Su corazón latía con violencia lleno de extrañas aspiraciones bajo el humilde sayal franciscano. Su corazón se agitaba en la vejez acaso con más poderosas energías que en la juventud.
Otras veces, por el contrario, su ánimo daba un vuelco repentino, al recordar, ante aquel aniquilamiento de todos los afanes del hombre bajo una piedra roída, las palabras de su madre y del monje franciscano sobre la vanidad y la ambición. Pensaba entonces que él mismo no era sino un fuego fatuo escapado de aquellos huesos ancestrales y destinado a vagar un instante en la noche del mundo.
El mismo estandarte pone sobre la costa en todos aquellos puntos de que se había tomado posesión , conforme en todo con el guión que pintó cierto fraile franciscano á mediados del siglo XIV en códice que se conserva en la biblioteca del Palacio real ; conforme con la enseña desplegada por el rey D. Juan II el año 1431 en la batalla de la Higueruela, según se ve en el monasterio del Escorial; conforme con las cartas de marear antiguas que nos quedan; conforme asimismo con la descripción del pendón real hecha en el inventario que formó Gaspar de Gricio de las cosas que la Reina Católica tenía en los Alcázares de Segovia , es decir, tal cual en Castilla se usó en un período de dos siglos cuando menos.
Capitan Tinong proponía el hábito de un franciscano; precisamente tenía él uno, viejo, raido y remendado, preciosa pieza que, segun el fraile que se lo dió de limosna en cambio de treinta y seis pesos, preservaba al cadáver de las llamas del infierno y contó en su apoyo varias anécdotas piadosas sacadas de los libros que distribuyen los curas.
El Franciscano era robusto, fuerte, y de buenos colores, los ojos brillantes, la cabeza erguida, el continente reposado, y el paso sereno; la moza, que era muy linda, iba cantando, y miraba con enamorados ojos á su diaguino, el qual de quando en quando le pasaba la mano por la cara. Me confesará vm. á lo ménos, dixo Candido á Martin, que estos dos son dichosos.
A mis pies las primeras calles de la ciudad, como extendidas en una alfombra de felpa amarillenta; la alameda de Santa Catalina; los edificios apiñándose a proporción que se acercaban a la Plaza; el poblado dividido por el río, y a orillas de éste el convento franciscano, lúgubre y sombrío, desolado y triste, como si llorara la ausencia de sus mendigos.
Aquellos tiempos están lejos, contestó Simoun riéndose más secamente aun de lo que acostumbraba; estas islas no volverán á sublevarse por más trabajos é impuestos que tengan... ¿No me ponderaba usted P. Salví, añadió dirigiéndose al franciscano delgado, la casa y el hospital de Los Baños donde ahora se encuentra su Excelencia?
Palabra del Dia
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