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Actualizado: 5 de junio de 2025


Rió forzadamente, dirigiendo una mirada inquieta a Calderón. Si insistía, aquella pánfila era capaz de repetir en voz alta la atrevida frase que acababa de decirle. Por supuesto siguió Pepa que yo me meto lo menos posible en sus reyertas. Ni voy apenas por su casa. ¡Uf! ¡Me crispa el hacer el papel de suegra!

Todo eso está muy bien dijo dominándose y sonriendo forzadamente; pero usted me dispensará que le haga una pregunta. Los ojos felinos del hidalgo brillaron iracundos; le había herido en lo vivo. ¡Ah, la eterna cantilena! exclamó impetuosamente. Cuando no se puede atacar una teoría, se escudriñan los móviles del que la sustenta. ¿Qué pretende usted probar con eso?

Ella le contemplaba con sonrisa maliciosa. Muchas gracias, padre. Ahora hágame el favor de envolverme las piernas en la manta... Así; perfectamente. Ahora acuéstese un poco también y no haga ruido. El sacerdote, que a todo esto sonreía forzadamente, se acomodó en el rincón opuesto y quedó de repente serio, con el entrecejo violentamente fruncido.

Pasó adelante el joven haciéndome una cortesía bastante zurda, como de hombre que necesita y estudia en la fisonomía del que le ha de favorecer sus gustos e inclinaciones, o su humor del momento para conformarse prudentemente con él; y dando tormento a los tirantes y rudos músculos de su fisonomía para adoptar una especie de careta que desplegase a mi vista sentimientos mezclados de efecto y de deferencia, me dijo con voz forzadamente sumisa y cariñosa: ¿Es usted el redactor llamado Fígaro?...

Era ninfa de apoteosis zarzuelesca, profanada por el carmín barato, los polvos de arroz y el arrebol; aprisionadas las formas en lascivas mallas; pero en su rostro no se dibujaba la sonrisa forzadamente sensual de la comiquilla aventurera. No estaba provocativa y desapudorada, sino bellísima y muy seria.

Entre sus consejos teóricos dice, que, en cuanto sea posible, se deje á los espectadores en la incertidumbre de cuál será el término de la fábula; pero abusa á veces de esta opinión literaria, y lo dilata tan largo tiempo, que nada se vislumbra de él hasta la última escena, y el nudo no se desata natural, sino forzadamente.

Después de mirarse gravemente al espejo muchas veces y de procurar arreglarla tirando de ella hacia abajo, el tío Manolo soltó un terno y echó una mirada feroz a Miguel. En seguida, procurando refrenarse, sin poder conseguirlo, exclamó por lo bajo y sonriendo forzadamente: ¡A que no me visto hoy, Miguelito!

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