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Actualizado: 9 de junio de 2025


Adivinaba el toro un peligro en este pequeño túnel que se presentaba ante él como paso obligado. Sentía en su parte trasera los continuos pinchazos que le soltaban desde las galerías, obligándolo a avanzar; veía ante él dos filas de gentes asomadas a los balconajes, las cuales le excitaban con sus manoteos y silbidos.

Filas de hombres blancos que parecían disfrazados de negros penetraban en el buque por las portas abiertas en sus dos costados llevando al hombro grandes cestos que esparcían polvo de hulla.

Y si me apuran, prefiero pasar por poco formal a meterme en sabidurías y honduras de crítica, investigando las recónditas leyes de la belleza o las mudanzas que el tiempo y la moda les imprimen, y olfateando los caminos que este y el otro autor siguieron para su gloria o descrédito. Para cumplir lo prometido sería preciso que me saliese de las filas de la procesión y me pusiese a repicar.

Con este deseo caminé largo trecho entre las filas de retaguardia del centro: los soldados de los regimientos que allí se rehacían para salir de nuevo al frente, clamaban también pidiendo agua.

"Cuan mejores, ¡ay! los días en que férricos guerreros Nuestros troncos con el bolo para fin marcial cortaban. Fuimos lanzas, fuimos saetas, que llevábamos la muerte A las filas del contrario, con apóstrofes de rabia."

Si San-Gil ocupa el centro mismo de Lóndres y es principalmente el barrio de la indigencia, la inmundicia y la suprema desnudez, Bethnal-Green y Spitalfields son los asientos del vicio en todas sus formas y con toda la hediondez de la crápula infame, en tanto que White-Chapel, que recoge sus reclutas en las filas de la miseria, es la espantosa madriguera del crímen.

Por el lado opuesto, por la avenida central, donde estaban establecidos los pabellones de baile, marchaba la gente «distinguida», con parsimonia, como en una procesión, mirando con el rabillo del ojo a los que estaban en las compactas filas de sillas, o deteniéndose un instante para contemplar las parejas que danzaban en los pabellones.

A Lacour le pareció que las filas de cañones cantaban algo monótono y feroz, como debieron ser los himnos guerreros de la humanidad de los tiempos prehistóricos. Esta música de notas secas, ensordecedoras, delirantes, iba despertando en los dos algo que duerme en el fondo de todas las almas: el salvajismo de los remotos abuelos.

Rodil estaba resuelto a prolongar la resistencia; pero su coraje desmayó cuando, en los primeros días de enero de 1826, se vió abandonado por su íntimo amigo el comandante Ponce de León, que se pasó a las filas patriotas, y por el comandante Riera, gobernador del castillo de San Rafael, quien entregó esta fortaleza a los republicanos.

Ni un soplo de brisa, ni nada que desdijese de la apacibilidad profunda y soñolienta del ambiente. Caído el pañuelo y recibiendo a plomo el sol en la mollera, miraba Amparo con gran interés el espectáculo que el paseo presentaba. Señoras y caballeros giraban en el corto trecho de las Filas, a paso lento y acompasado, guardando escrupulosamente la derecha.

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