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Jornada segunda. El príncipe Rugero intenta matar al duque Federico, creyendo que es su rival, y que pretende también á Casandra, por haber oído que acostumbra visitarla de noche. Soborna á un criado para introducirse en secreto en la habitación de su amada.

Con el tiempo se había hecho enteramente adepto y, sobre todo, adoraba á Mauricio. Federico, dijo Roussel, ¿está usted todavía en buena inteligencia con el portero del señor Bobart? , señor. Por recomendación del señor, yo he sido quien le ha proporcionado su plaza. Bueno. Federico, va usted á salir inmediatamente para París.

Dios mío, suspiró Herminia, y se echó en los brazos de Mauricio, como si temiese que los separasen de nuevo. En este momento, se abrió la puerta del comedor y Federico, pálido, avanzó diciendo en tono consternado: ¡Señor! Es la señorita Guichard ... ¡Oh! Bien la hemos visto, contestó Roussel con calma. Hágala usted entrar en el salón.

Durante varios años resistió á sus pretensiones, consiguiendo al fin que su hermano Manfredo, nuevo rey de Sicilia, la devolviese á su patria. Federico había muerto; Manfredo hacía frente á las tropas pontificales y á la cruzada francesa que habían levantado los Papas ofreciendo al rudo Carlos de Anjou la corona de Sicilia.

Cuando llegamos a la aldea en que vive Federico Bergams, el cochero me propuso que atravesáramos el bosque de Muraster para acortar el camino. Yo no acepté porque la obscuridad es intensa, y confieso que no me gusta andar por los caminos apartados, sobre todo de noche.

Preciso es que el hermano Gabriel se mude allá con él, y también que Momo vaya a Madrid a traerse a su hija y a don Federico. Que vaya dijo Manuel ; así verá mundo. ¡Yo! exclamó Momo , ¿cómo he de ir yo, señor? Con un pie tras otro respondió su padre ; ¿tienes miedo de perderte, o de que te coma el cancón? Lo que es que no tengo ganas de ir replicó Momo, exasperado.

Martí, por Federico Uhrbach El Fígaro, noviembre 30 de 1910 Martí Ante su mármol Para Manuel Sanguily, grande de corazón y pensamiento.

Disminuyó gradualmente la presión de sus manos; miró a Sarto, a Federico y volvió a clavar los ojos en ; después, repentinamente, vaciló, cayó hacia adelante en mis brazos, y yo, con un grito de dolor, la estreché sobre mi pecho y besé sus labios. Sarto me tocó el brazo.

Viendo esto el Capitán, que ya no había donde hacer agua, se fué otro día con sus galeotas y otras dos que había allí: una de D. Luis Osorio y la otra de Federico Stait. La de Stait se perdió por no seguir la conserva, habiendo ya escapulado el armada. Fué mal empleada la pérdida en su patrón, porque fué el que mejor se trató de cuantos sicilianos vinieron á ella.

Era un excelente servidor que había sustituído al criado modelo que la señorita Guichard había quitado á Fortunato veinte años antes. Ningún ofrecimiento había hecho mella en Federico; por eso, en sus días de buen humor, Roussel le llamaba Hipócrates.