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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Tan mezclados están, que no hay quien pueda Discernir qual es malo, ó qual es bueno, Qual es GARCILASISTA, ó TIMONEDA. Pero un mancebo de ignorancia ageno, Grande escudriñador de toda historia, Rayo en la pluma, y en la voz un trueno, Llegó, tan rica el alma de memoria, De sana voluntad y entendimiento, Que fue de Febo y de las musas gloria.

Piensan ser los llamados escogidos Todos á premios de grandeza aspiran, Tienense en mas de lo que son tenidos: Ni á calidades, ni riquezas miran, A su ingenio se atiene cada uno, Y si hay quatro que acierten, mil deliran. Mas Febo, que no quiere que ninguno Quede quexoso dél, mandó á la Aurora, Que vaya, y coja in tempore oportuno

Y uno por todos dixo, bien pudiera Ese chocante embaxador de Febo Tratarnos bien, y no desta manera. Mas oigan lo que dixo: yo me atrevo A profanar del monte la grandeza, Con libros nuevos, y en estilo nuevo. Calló Mercurio, y á poner empieza Con gran curiosidad seis camarines, Dando á la gracia ilustre rancho y pieza.

Al tiempo, pues, que Febo matizando Venia de colores la mañana, Entraron por el rio, costeando La banda del Brasil que es mas cercana. La via á San Gabriel enderezando, Llevando de llegar crecida gana, A cabo de tres dias, medio á tiento, Tomó puerto el Armada con contento. Surgiendo en San Gabriel, que así se llama El puerto á donde surge aquesta Armada, Los indios acudieron á la fama.

Proviene su argumento del libro célebre de El caballero de Febo, espejo de príncipes y caballeros . La princesa tártara Lindabridis, á quien su hermano ha despojado del trono, no dispone de otro medio para recuperarlo que el hallazgo de un esposo, que aventaje al usurpador en valor y en prudencia.

Roselo se acerca á Julia mientras tanto; ella exclama: Si el Amor se disfrazara Para dar envidia á Febo, Pienso que de este mancebo El talle y rostro buscara; Y yo pienso que Amor es, Que, para quitar la paz, Viene con este disfraz. Roselo, por otra parte, prorrumpe en las palabras siguientes: ¡Ay, cielos! ¿Que fuí Montés? ¡No fuera yo Castelvín! ¿Tanto le costaba al cielo?

D. Álvaro de Sande. Estaba en este tiempo muy malo Juan Andrea Doria, y envió algunas veces con Plinio de Bolonia á decir al Duque que mandase que se embarcase la gente y las otras cosas que habían de ir en cristiandad, y si también que el Duque mandó dar 200 escudos de su casa á Agustín Febo, alguacil real del armada, porque solicitase la embarcación de la manera que Juan Andrea pedía que le embarcasen y el Duque que lo embarcasen: las causas que hubo para lo que quería el uno y el otro no se hiciese, se pueden bien saber y á no toca decirlas.

Algo impalpable y armónico que se reflejaba en las voces de los cantantes y en los ecos de la orquesta lo había visto él, Pedro López, descender del carro de Febo, que decora el techo, y dinfundirse por la atmósfera embriagadora de la espléndida sala...

Y porque Febo su razon no pierda El grande DON ANTONIO DE ATAIDE Llegó con furia alborotada y cuerda. Las fuerzas del contrario ajusta y mide Con las suyas Apolo, y determina Dar la batalla, y la batalla pide. El ronco són de mas de una bocina, Instrumento de caza y de la guerra, De Febo á los oidos se avecina.

Ni comeré hasta entonces, aunque primero sean los caballos de Febo apacentados en aquellos verdes prados, que suelen cuando ha dado fin á su jornada. Sempronio. Dexa, señor, essos rodeos; dexa essas poesías, que no es habla conveniente la que á todos no es comun, la que pocos entienden. Di: aunque se ponga el sol, y sabrán todos lo que dices." Celestina, acto 8.º

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