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Actualizado: 4 de junio de 2025


Ninguna voz viene a distraer a aquella mujer de su soliloquio, ni ninguna exigencia absoluta puede mitigar la intensidad de sus vanos pesares y de sus escrúpulos superfluos.

Yo me aparté del grupo, fingiendo retirarme a dormir; pero con ánimo de satisfacer una imperiosa exigencia de mi alma, que a veces me pedía soledad y meditación. Todos los ruidos habían cesado en el campamento: las guitarras y castañuelas, así como las cajas y las cornetas, estaban mudas, porque el ejército dormía.

Belarmino se mantiene con los brazos en cruz: pero ahora no mira al firmamento, sino a Apolonio. Apolonio vacila un segundo, nada más que un segundo. Una fuerza ineluctable, una exigencia del destino le lleva, también con los brazos abiertos, la botella en la mano, y en alto, agresivo, hacia Belarmino. Belarmino se adelanta a su encuentro.

Dice que ha de ser vir bonus dicendi peritus; pero se ignora ó no se recuerda que los griegos exigieron antes para el poeta, como requisito indispensable, la misma calidad de ser varón excelente. Acaso Quintiliano no hizo más que ampliar la exigencia de los griegos y comprender en ella á los oradores.

Lo que mejor caracterizaba al duque era el ardiente deseo de ver satisfecha una aspiración constante de su vida, una exigencia de su imaginación que participaba de la seriedad de la ambición y la ridiculez del capricho: ser senador. Y si además de ser senador pudiera serlo de por vida... ¡Senador vitalicio!

La joven se sorprendió de que no se precipitase hacia ella, y al mismo tiempo comprendía que esta exigencia de su emoción, era incompatible con las reglas del trato social. ¡Qué extraña naturaleza se descubría! Ella misma había calmado el ardor de los sentimientos de Huberto, un mes antes, y ahora habría querido que manifestase su antiguo entusiasmo.

Un enamorado de estos de la turba multa, digámoslo así, de pensamientos levantados y cristianos procederes, al oír a su dama llorar cuitas como las que me has confiado, y al pedirle ella el consejo que me has pedido, tocaría el cielo con las manos; la negaría hasta el derecho de dudar en tal conflicto, porque entre la exigencia del tirano y los mandatos del amor, nunca vacilan los que bien aman, y acabaría la escena por decidirse ella a arrostrar el hambre, las mazmorras y aun la muerte, antes que consentir en ser de otro, y por jurarla él, viéndola tan firme y tan constante, que con los dientes sabría arrancar los clavos mismos de las puertas que la encerraran.

Según la cuenta del Mayordomo, todos los gastos del hospedaje montaron á 278 mrs. y 5 dineros, corta suma en verdad, que solo podemos esplicarnos por la sobriedad de costumbres de la época, más bien que por exigencia de la religión de los huéspedes, que, como se ha visto, no tenían escrúpulos en «empinar el codo» á pesar de la prohibición coránica.

Palabra del Dia

rigoleto

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