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Actualizado: 18 de mayo de 2025
El cardenal comprendió bien pronto cuán vivas y perjudiciales, pero poco duraderas, debían de ser las resoluciones en aquel carácter vehemente y exaltado, y concibió el remedio para curar aquella imaginación enferma. Hija mía le dijo; a mí me corresponde salvarla, y lo haré, aunque a pesar suyo, si necesario fuese.
Conocer los monumentos arquitectónicos y ver los mármoles auténticos de la antigüedad pagana era una aspiración intensa que en su espíritu exaltado había llegado a convertirse en fiebre.
Margarita, la viuda, quedóse sola, admirando en silencio el brío de su joven marido y su exaltado fervor político para defender, si no las ideas, unos cuantos electores con unas cuantas papeletas más o menos limpias. Con razón dice mi esposo que el sufragio universal cuesta más de lo que vale. Margarita lloró mucho. Pero, al fin, todo tiene fin, hasta las lágrimas.
A un miembro del tribunal carlista muy exaltado le había dicho que era republicano y que no oía misa los domingos. A Cañete le fue con la embajada de que se reía de sus críticas en el café. En fin una serie de canalladas que levantan el estómago. Y en efecto, García al narrarlas se ponía pálido y parecía estar atacado de náuseas.
El cristianismo ha sido, es y será mientras exista, la rémora constante del progreso de los pueblos. Hace mil ochocientos y tantos años que un judío exaltado... Gutiérrez que procure no herir el sentimiento religioso de la asamblea. «Señor presidente, ha llegado la hora de las grandes verdades.
Cada vez que volví a verlo en los días sucesivos, lo hallé más exaltado con su amor. Estaba más delgado, y sus ojos cargados de ojeras brillaban de fiebre. ¿Quiere hacer una cosa? Vamos esta noche a su casa. Ya le he hablado de ti. Vas a ver si es o no como te he dicho. Fuimos.
Sin duda sospechaba algo, y como persona de mucho pesquis, no se tragaba ya aquellas bolas del estudiar fuera de casa y de los amigos enfermos a quienes era preciso velar. A los dos días de aquel en que el exaltado mozo se arrancó a prometer su mano, doña Lupe tuvo con él una grave conferencia.
¡Oh! dijo Miguel un poco exaltado ¡aún podemos ser felices! ¡Si eso fuera verdad!... Pero no; yo no puedo ser para ti más que una madre... Miguel no quiso de modo alguno aceptar la maternidad. ¡Nada de madre... no, no... yo quiero ser tu amante... tu amante! Y repetía la frase con creciente animación, un poco trastornado ya.
Pobretería era el uno, honradez el otro. Si los saltaba, ¿adónde iría a caer?... Observando en la semioscuridad del Prado la procesional marea de paseantes, veía pasar algunas personas, muy contadas, que atraían la atención de su exaltado espíritu. El farol más próximo les iluminaba lo bastante para reconocerles; después se perdían en la sombra polvorosa.
Todo fue alegría sin nubes, y buen apetito sin ninguna desazón. El pícaro del Delfín hacía beber a Aparisi y a Ruiz para que se alegraran, porque uno y otro tenían un vino muy divertido, y al fin consiguió con el Champagne lo que con el Jerez no había conseguido. Aparisi, siempre que se ponía peneque, mostraba un entusiasmo exaltado por las glorias nacionales.
Palabra del Dia
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