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Actualizado: 3 de julio de 2025


Pues nada más fácil, querido doctor observó sonriendo Esteven, ponga en la misma mesa a Jacintito, y le dará conversación al sordo-mudo, y así no se aburrirá. El país no se ha de hundir por eso. Le pondremos, amigo; muerto por mil, muerto por mil quinientos. Que venga su hijo, y si no quiere venir, que no venga; yo daré orden al Habilitado que le entreguen trescientos pesos todos los meses.

Eso mismo se ha discutido en el concurso de acreedores respondió míster Robert, y hasta se piensa que ... Es indudable que, sin la salida del doctor Eneene del gabinete, Esteven se hubiera repuesto pronto: todos sabemos sus afinidades oficiales y el uso que hacía de ellas, pero este golpe ha acabado de partirlo. El viaje a Montevideo me huele a a fuga dijo el otro.

Es cierto, que ahí está don Bernardino Esteven, pero malos vientos soplan también de ese lado; la fortuna de don Bernardino está anémica, dicen, y su caída no es sino cuestión de tiempo. ¡Perfectamente!

Ayer no poseían un centavo y hoy se les saca el sombrero. Yo quiero hacer como ellos y ser como ellos. Bien se veía que el tal Jacintito le había imbuído aquellas ideas; ¡si siendo Esteven no podía ser bueno!

Si me ves así, Pablo, es que voy... es que voy... a casa de Esteven.

Si ya sabía que andaba en grande con el chico de Esteven, pero ella no se lo perdonaba, porque no debía olvidar que aquella familia era enemiga de la suya y la causante de la triste situación en que se hallaban. Pero, ¿qué culpa tiene Jacintito, tía Silda? Es un excelente muchacho, muy alegre y muy trabajador, a pesar de su fortuna; ¡ha puesto un escritorio de corretajes en la calle Piedad!

Rocchio, que le tenía bajo su mano, no pensó en soltarle; deseaba averiguar muchas cosas, descifrar la charada de don Raimundo. Lo primero que hizo fué preguntarle por el negocio magno concertado entre ambos. Y entonces Esteven habló muy bajo, con misterio, como si tratara de un crimen y temiera verse descubierto. Mal, mi amigo; ¡buenos están los tiempos!

La de Esteven pensaba: ¿A qué vendrá ésta? ¿qué mosca la habrá picado? ¡es ocurrencia! después de tantos años... y cuando nadie la llamaba; ella no podrá decir que haya hecho yo la menor insinuación.

Y se marchó, bruscamente, después de guardar el papelucho en su cartera de cuero. Parecióle a misia Casilda que, vestidita como estaba, la habían zambullido de cabeza en agua fría, porque daba diente con diente, como quien tiene tercianas, a la vez que llamaradas de fuego le quemaban la cara. ¡Esteven fiador de Quilito! ¿De qué manera había el joven obtenido esta firma? ¿directamente?

Tan decidido que estaba, hacía poco, a defenderle, y ahora de buena gana le hubiera mordido. ¡Sacramento! Una oleada les separó y Esteven desapareció en el torbellino, siempre sonriendo, como hombre satisfecho de mismo y de los demás. O era un gran farsante o, efectivamente, la quiebra de Schlingen no le había tocado sino de refilón.

Palabra del Dia

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