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Actualizado: 22 de junio de 2025
Tres veces fuí á Suiza, Miguel... Hasta propuse en París que me diesen los medios de pasar á Alemania, ofreciéndome como espía, pero se rieron de mí... Tenían razón: ¡qué iba á espiar yo! Mi hijo... lo que yo quería era ver á mi hijo. En Suiza encontré dos inválidos que acababan de ser canjeados y procedían del campo en que estaba mi Jorge. Conocían al aviador Bachellery.
No podía dudarse que la próxima llegada del esperado huésped despertaba en aquellos femeniles corazones grata emoción, y hasta se corría a las ventanas para espiar su venida: en fin, cuando Pedro de Pierrepont aparecía con su aire de príncipe, haciendo caracolear su caballo en torno del césped del jardín, las señoras acudían radiantes al patio, mientras que la señorita de Sardonne, observando las cosas a través del follaje, sentía que su joven corazón se agitaba en su pecho con palpitaciones a su edad proporcionadas.
Entonces vendría la lujuria del cariño, el no dormir para velarle, el contar los minutos para darle a su tiempo los remedios, el espiar el hervor de su respiración y el ardor de la frente y la transpiración de la piel; y los bajos oficios que a otras personas fueran repugnantes y que ella haría gozosa saboreando su triste y voluntaria servidumbre. Le amaba mucho, pero aún le quería más.
No, no se podía hablar de aquello que tanto importaba a los dos; y al fin doña Paula dejó solo a don Fermín; subió a su cuarto. Y desde allí, en vela, se propuso espiar los pasos de su hijo, que continuaba moviéndose abajo: le oía ella vagamente. Sí, don Fermín, que cerró la puerta del despacho con llave en cuanto se quedó solo, se movía mucho: tenía fiebre.
Había sorprendido a primera hora las conversaciones de algunos de la banda, que comentaban con orgullo lo ingenioso de su burla. Al espiar a Ojeda en la noche anterior y enterarse de su buena suerte, habían tenido un conciliábulo en el fumadero, despertando después al jefe de la música para encargarle esta alborada. Era una felicitación que le dirigían los antiguos amigos de Nélida.
Y como si le doliese tener que abandonar la empresa, dijo a Ojeda: Usted podía dedicarse a este negocio. Si quiere, le presto mi camarote para espiar desde él. Fíjese bien... se trata de una princesa. Y seguramente que si es usted el que la busca, ella se dejará ver. Usted es de mejor presencia que yo: más guapo, más elegante.
Palabra del Dia
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